lunes, 18 de julio de 2011

Descoloca a veces un político a sus adversarios con la facilidad que suelen tener para adaptarse, como los líquidos, a la forma de la vasija que los contiene.

Un político de casta no es nunca como los vaqueros o los indios de las primeras películas del lejano oeste americano, íntegramente buenos o malos. El político vocacional tiene mucho del recuerdo de la civilización oriental, la más antigua de las hoy conocidas. Aquello del yin y el yang sirve de receptáculo para las ideas que constantemente evolucionan en su cerebro. Fluyen de aquel ancestral principio de equilibrio.

Son los buenos políticos las únicas personas que conozco, capaces de acostarse con la apariencia de una pieza terminada y acabada de delimitar y levantarse con otra diferente, impregnada, eso si, de la evolución de los mismos principios, que no tienen por qué no acabar siendo contradictorios con sus originarios.

Un buen político no es más que provisionalmente definible.

La evolución paralela de sus convicciones, sometidas a duda constante, y de las circunstancias a que debe permanecer atento, cambian con cada decisión, que debe ser adoptada como si aquel criterio fuese inmutable y las circunstancias hubieran degenerado en consecuencias asimismo inmutables.

Las decisiones de un político no admiten nunca dilación. Han de ser adoptadas en el momento justo, sin pararse a pensar, y sin embargo, paradójicamente, deben ser consecuencia de un sólido criterio formado a través de haber pensado mucho.

Cuando cualquiera que no tenga vocación y personalidad política, por mucha que sea su afición, si bien podrá acertar al decidir, no lo hará sino por casualidad, y en la mayor parte de las ocasiones, se advertirá en seguida la vacua fragilidad de sus caprichosas decisiones.

En cada país, en cada nación, en cada estado, hay políticos de una y otra clase. De la atenta sagacidad del pueblo votante, depende una progresiva y necesaria selección. Es malo votar con la intención de sumar y criterios de adhesión personal sin más, o votar para sumar por consigna de un grupo, una asociación, un partido o una tertulia. Nada más que de la concurrencia de criterios fundados e independientes puede seguirse una aproximación a la verdad.

Como es lógico, soy consciente de que cuando digo lo que pienso, puedo estar diciendo algo radicalmente equivocado y mejorable por contraste con lo que piensa cualquier eventual lector.

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