sábado, 2 de julio de 2011

Es bueno que las cajas se liberen de su dependencia política, siquiera sea parcial, porque en cambio, no lo es que coincidan ni total ni parcialmente las condiciones de prestamista y prestatario. Y menos cuando el prestatario es con cierta frecuencia cualquiera de los niveles de una administración que como la nuestra es desmesuradamente deficitaria y aficionada a las obras deslumbrantes, por costosas que sean, que den lustre a sus promotores.

Es bueno, por excelente que sea su funcionamiento, que la mejor manera de no caer en la tentación de aquél que pedía una sinecura, no donde le pagaran mucho, sino donde hubiese abundancia de dinero.

Parece importante, para el tiempo que viene, tener una estructura económica que más adelante sirva de esqueleto a cada esquema político y permita las habituales veleidades y probaturas sociopolíticas frecuentes incluso en algunos de los países exquisitamente civilizados del primer mundo.

No es bueno, o a mí no me lo parece, que el dinero privado esté al alcance de la administración pública sin pasar por el filtro de derecho fiscal de los impuestos.

La administración tiene que aprender de las administradoras de hogar, aquellas abuelas de hace dos o tres siglos a que horrorizaba la idea de empeñarse y hacían frecuentes ejercicios de taumaturgia económica para que los gastos jamás superasen a los ingresos. Y si no, alguien tendrá que irse preparando a poner el cascabel al gato de volver de ese mundo en mi modesta opinión disparatado y económicamente insoportable de las autonomías, e incluso de ir pensando en que a medida que la técnica lo permite, podría resultar indispensable arreglarse con un menor número de ayuntamientos.

El mundo, al menguar y hacerse más alcanzables quienes antes vivían en las quimbambas, la comunicación, al permitir información inmediata de cuanto ocurre en las antípodas, va suprimiendo fines de etapa intermedios, con economías cautivas como consecuencia de la incomunicación.

Viene un mundo cada vez más previsiblemente diferente, por inimaginable que todavía sea.

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