lunes, 25 de julio de 2011

Llueve sobre mojado, literalmente contando, este año de gracia, del verano que se le ve con ganas, pero se disuelve el sol en humedades de fondón del valle, donde se pudren y huelen a tierra los helechos de la ladera. Lees eso que han puesto en la cafetería habitual de que se venden helados y te entra un escalofrío febril. Entran los cofrades del mal vino, se ajustan a la barra, sorben un tercio, medio vaso a lo más y se ven haciendo la ruta y el camino iniciático del vino peleón, fumándose entre capilla y capilla un cigarro a hurtadillas.

Cuando yo joven no te hacías un hombre hasta que fumabas entre toses y náuseas el primer pitillo liado en el retrete de casa, que sabía a fuego pocho, acre. Ni lo conseguías del todo hasta no volver de la mili, con tu paquete de anécdotas. Ahora, lo que son las cosas, si todavía fumas, o delincuente o suicida. Me pregunto cómo se hacen hombres la chavalería de ahora, sin primer cigarrillo ni mili durante que dejarse el primer ralo bigote.

No se puede ser viejo con mal verano. Sales en busca del periódico y te moja el orballo las ideas, indefensas bajo la calva. Protestan los amigos a que das los buenos días. ¿Pero nun ves lo malos que tan? Ni se enteran de que lo de los “buenos días” es la expresión de un buen deseo y no una noticia del tiempo, que esas las da Ana de Roque, desesperanzadora, a la vuelta del telediarío del mediodía, que por cierto todavía hay quien le llama “parte” y escucha con atención el “parte de las tres”, como si fuera, que hay días que lo parece, un parte de guerra.


Se quejan los hosteleros de que no hay cuchipandas como antes. Ahora, si puede, el viajero se conforma con repartir con otras un “plato del día”. “Prohibido compartir el plato del día” –ponen en sus pizarras. Se advierte a la legua que hay menos dinero que otros años. Y o no han venido todavía a los pueblecitos de la costa los ricachos o hay menos ricachos o les da vergüenza que se les vez y se fueron todos a alguna isla donde, agrupados, se arropan mutuamente y les da menos miedo lo de que la gente haya salido a la calle y nadie sepa exactamente por qué ni lo que cabe hacer para que cunda el sosiego aquel, por lo menos aparente, que había.

No se han dado cuenta todavía de que hay cosas con las que no se puede jugar, conceptos que no se pueden olvidar, por provisionales que parezcan y principios que no pueden abandonarse así como así, tan frágil como es el delgado barniz de nuestra civilización.

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