Hay un espeluznante agujero en la economía nacional, de que nadie quiere hacerse ni responsable ni cargo. Y cada grupo empuja los papeles hacia un lado y trata de escabullirse y dejar que los muertos entierren a sus muertos.
La cuestión es encontrar muertos entre tanto vivo como anduvo hasta hace poco engordando sus cuentas con aquel dinero entremezclado y sospechoso, que era sólo en parte real, pero venía mezclado con negro, posible, imaginario e inexistente.
Todos quieren cobrar, llegado el momento de echar cuentas, pero estaban ya en la era, aventándolo y no queda más trigo que el de verdad. Y no da para tanto ni para todos.
No sabe nadie cuántos cientos de miles de millones de euros faltan en la cuenta de la lechera. Puede que sean incontables, además de impagables. ¿Dónde están?
Muchos, los gastamos en quisicosas inútiles, abalorios y bienes consumibles cuyo recuerdo esfuma caritativo el tiempo, difumina la mala conciencia de cada cual y tratamos, avergonzados, de borrar de cada memoria.
Otros están en la alcancía, en el lugar secreto y sucedáneo del calcetín de la abuela, la caja de galletas enterrada, el arcón pirata de la isla marcada con una equis y a cien pasos al noroeste.
Muchos en las islas del cocodrilo y los milagros, el rincón de los malditos, el viejo y podrido, aún lujoso territorio de esconder las rapiñas y cobrar oscuros intereses que circulan por los profundos canales misteriosos que son como los caminos del zarzal, únicamente conocidos por los mirlos, encopetados, displicentes.
Otros, simple y sencillamente, no existían ni existirán nunca.
Nadie quiere, sin embargo, hacerse cargo del último fracaso, los escombros del derrumbamiento final, esa deuda imposible, que circula como el dinero caliente, como los caballos apocalípticos, buscando dónde cebarse, dispersarse, que siempre habrá un último mono, que es el que se ahoga y aquí no ha pasado nada.
Esta vez, me parece que no habrá más remedio que pagar.
Va a doler. Es la parte final de la crisis, que puede durar más o menos, según cada cual acepte o no su parte de pago de lo que lo más triste es que muchos no deben. Pagarán también. Pagaremos casi todos. Aunque es probable que el pago, desde una perspectiva de cálculos porcentuales, resulte inversamente proporcional a la responsabilidad en la deuda.
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