Me estoy, como los tres monos del proverbio, escuchando sin oír, mirando sin ver y callado, que no hay como el silencio, pero a uno le tira la grafomanía, se lo comen las ganas de decir la multitud de cosas que se le ocurren nada más escuchar uno de esos cónclaves de la radio o leer las noticias que publican, inexorables, los periódicos que mi periodiquera preferida me dispensa en una bolsa y con un guiño me dice que ahí va eso, que a lo mejor hoy son buenas.
Se refiere a las noticias, y lo primero que me echo en cara es que Gadaffi reivindica Al Andalus y Carrillo pide que la derecha se “civilice”. Un poco más allá, algún ilustre opina que podríamos salir del charco mediante un denodado trabajo, con esto que ahora tenemos.
A “esto que tenemos”, le renquea el motor. Es un cacharro que difícilmente pasaría la ITV a fuerza de remiendos.
Por otra parte, Rubalcaba se apea del Gobierno y dice que va a hacer ahora lo que al parecer desde allí no se podía.
No se entienden, es curioso, en España, los que se parecen. Se da el frecuente caso de que diferentes e incluso contradictorios llegan con mayor facilidad a acuerdos, siquiera sea concretos y determinados, que los supuestamente afines. Los que se supone que estuvieron juntos y ahora son tres agrupaciones diferentes, son incapaces de un acuerdo de mínimos, provisional por lo menos, que la gente, a gritos, les está pidiendo.
¡Cállate! –me digo, me ordena mi pequeño filósofo interior- Se rebela el otroyó de los entusiasmos. Uno se me ha hecho viejo, cauteloso, se me ha enfermado de miedos, el otro cierra los ojos y se sueña todavía lleno del juvenil empuje con que íbamos –entre los tres: ellos dos y yo- a mejorar aunque no fuese más que como decía la abuela “un chisquitín” el mundo y de ahí este más bien susurro que soliloquio de hoy, en el rincón de digredir para conservar la ilusión del sueño se haga posible y suba, humo, del rescoldo aún.
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