miércoles, 13 de julio de 2011

A eso de la media tarde, por fin, ha condescendido el sol a apartar las sábanas de nube que lo cubrían, abrió los ojos y todavía restregándolos con pereza, nos ha mirado con su indiferencia de cíclope.

En seguida, nuestra perra, que ha salido lista y desenvuelta, se me acercó, me arañó la pernera del pantalón y me condujo hasta el banco del zaguán, donde las correas.

-¿Qué opinas –me preguntan- del nuevo equipo municipal?

No opino. Si apenas llevan un mes. Época, esta nuestra, de prisas, además urgentes. Tienen que arreglarse los asuntos antes de que se planteen. Lo más gordo, ahora mismo, se plantea lejos. Parece un juego incruento, lleno de fintas e ingeniosidades, desarrollado en multitud de reuniones en que se respira la palabrería.

Nadie tiene ni mucho menos la seguridad de acertar. Es éste un tiempo nuevo, un camino todavía sin hacer, un paisaje sin más referencias que escasas analogías con otro tiempo en que para mayor dificultad, la humanidad se hartó de equivocarse.

No ha dado tiempo de pensar de modo sosegado. El futuro viene tan tumultuosamente y nos coge tan increíblemente desprevenidos que ignoro si por primera vez en la historia, tenemos que decidir provisionalmente. Lo primero, transmiten todos los telégrafos de la filosofía del mundo, sobrevivir. Distribuirnos con solidaridad conocimientos y víveres, y, en seguida, la noticia de que debemos tratar de compaginarnos, equilibrarnos, reconstruir la conciencia de que seguimos siendo nosotros mismos –esencial no dejar de serlo-, pero incluidos en algo nuevo, diferente, inmenso, para lo cual es, además, indispensable, derribar las fronteras de las comarcas que deben seguir identificándonos.

No es contradictorio, lo que digo, sino la paradoja que en principio parece que va a abarcarnos al empezar esta nueva época de todo lo humano.

Rezuma sensación de angustiosa necesidad de ir acomodando el Derecho a lo nuevo, cada revista profesional sensibilizada y profunda que va llegando, con los juristas desconcertados a veces por la desgarradora actividad legislativa que a veces lastima principios de que no se debería prescindir hasta que nazcan, crezcan o se consoliden los que un día habrán quizá de sustituirlos

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