domingo, 3 de julio de 2011

-La poesía es el naufragio de un sentimiento en la playa de la pereza. Hala, entrecomíllalo y ya está.

-¿Quién digo que lo dijo?

-Pon lo que te parezca. La realidad es que lo acabo de decir yo, ahora, esta mañana grisácea de verano incipiente, que el país se ahoga de calor y por aquí cabalga, frescacho, el nordeste.

El nordeste es nuestro gran moderador. Sobre todo hay umbrías y calles, las que van más o menos de norte a sur o viceversa, por donde pasa como un escalofrío. Se pone la carne de gallina.

-Volviendo a lo de la frase.

-Nessuno torna indietro.

-¿Pero qué dices?

-Es el título de una vieja novela de Alba de Céspedes. La recuerdo porque el día que la estaba leyendo, un perezoso domingo de la mili en el campamento de La Granja, de la milicia universitaria, me picó una abeja en una pierna. Uf, lo que duele.

-¿Y qué tiene que ver?

-¿Con lo de la poesía? Nada. Las frases no han de relacionarse, por más que se digan unas a continuación de otras. Se yuxtaponen. Son como las ideas o, volviendo a la playa, que para eso es verano, como los tesoros que deja la marea en la orilla.

Seguro que no te fijaste nunca. Hay trozas de madera mojada y bruñida con formas caprichosas, como de nubes, que parecen esto o aquello; hay conchas de colores, o con la carne viva interior de coral; hay estrellas recién caídas y ahogadas durante la noche anterior; hay espuma.

La espuma es crin del caballo de la ola, pero se convierte en encaje, en el umbral de la orilla, y, ya en ella, es como un beso del agua, que la arena se bebe enamorada.

La mar es la más antigua de las poetisas. No sé si te habías dado cuenta. Ya cantaba mucho antes de que Ulises inspirase a Homero y mucho antes de que existieran las sirenas, los cíclopes, Nausicaa y los sueños. Toda la tierra firme no es más que un reflejo de la mar, solidificado un día, allá en los tiempos tan remotos que casi no existieron. Hay quien dice que el alma está hecha de olor a mar.

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