Llueve y no hay donde meterse cuando caen los chuzos de punta y nos tendrán pronto que exprimir como a naranjas del desayuno de algún desconocido mandarín de una lejana provincia de la China emergente,
donde el futuro nace y se despereza para la humanidad doliente de los siglos que vienen.
Tanto amagar, ya parecía que no vendrían nunca, los chinos del otro lado del desierto de los tártaros que nos describió Buzatti, ese aprendiz benévolo de las torturas literarias de Kafka o de Julien Green, pero ya está ahí, pidiendo paso a nuestros fracasados pensadores de tiovivo, incapaces, lo gritó aún a tiempo Ionesco, de mirar al cielo, donde las estrellas, empeñados como los veía en limitarse a perseguir sus huellas y manejar el dinero todavía inexistente, cada vez más problemático y menos probable.
Contra la sabiduría de los abuelos, que jamás se habrían empeñado, trabamos el valor de cada finca con primeras, segundas, terceras, enésimas hipotecas y luego “titulizamos” las hipotecas para elevar de nuevo la furtiva sombra del valor a una enésima figurada potencia.
Andamos ahora como el tiempo de este otoño largo, para mayor dolor trabado de anuncia de las elecciones que no iban a celebrarse de ningún modo antes de la primavera, cuando los almendros y los cerezos en flor, andamos como locos, en busca de chivos expiatorios de la catástrofe económica que pasa, como los tornados, llevándose sin discriminar los techos de los viejos palacios y las chozas nuevas, los adosados y los exentos.
Fuenteovejuna fue, no busquéis más.
Pongámonos, me atrevo a recomendar, a recoger los restos y las reliquias y remendar, con paciencia, humildad, creatividad y solidaria generosidad esta sociedad de la nueva era que vamos a compartir con los chinos y con tantos otros como se incorporan a la pregunta: ¿y nosotros qué?
Es una sociedad con el desafío de extender sus vínculos, derechos y deberes, desde el ombligo del primero hasta la piel de la periferia del tercer mundo.
Tal vez siendo más pobres, seamos todos más humanos entonces.
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