Un recorrido por la memoria –que es siempre histórica, con todas las consecuencias, es decir, en parte verdad y en parte mentira, voluntaria o no- nos recordará que somos en parte fracaso de nuestro proyecto y en parte éxito.
No vale la pena comparar si más de uno que de otro. Los muertos, todos, hicieron siempre lo que pudieron y una pizca es a veces mucho más importante que gran cantidad de su alternativa. Los muertos, en lo único que se diferencian de cualquiera de nosotros, los aún vivos, es en que ellos ya no pueden rectificar.
Rectificamos cada día, con el alba, cuando hacemos memoria de aquello dicho a primeros de año, de que vida nueva, y puede que empecemos hoy.
Tiene razón el historiador que estoy leyendo, cuando dice que los hijos perdonan, pero los nietos padecen siempre la tentación de juzgarnos, a los abuelos, con rigor senequista. No se restablecerá, opinan, el equilibrio de la justicia, mientras no se os desentierre para quemaros en las hogueras de otra inquisición.
No saben, los nietos, porque son tan jóvenes, tan crédulos, tan confiados en que la humanidad se parecerá algún día a sus sueños, del rigor apasionado que nos movió antes que a ellos para que implantásemos la justicia.
La justicia, la verdad. Hermosos conceptos. Se podría hacer una maravillosa revolución cimentada en cuatro pilares inconmovibles: la justicia, la verdad, la transparencia, la libertad.
No saben nuestros nietos del trabajo que cuesta renunciar a la soberbia de estar seguros y transigir con los otros, quienesquiera que sean o hayan sido, con la única certeza de que es necesario para la convivencia humana total en que la vida real, verdadera, transparente, libre y justa consiste.
También hay que comprender, cuando hablan de juzgarnos, que para llegar a la madurez y a la vejez, es preciso haber sido jóvenes.
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