domingo, 7 de agosto de 2011

Lamentable asunto éste de que se haya pasado a considerar que las chicas son mejores que los chicos para casi todo o para cualquier cosa, cuando ni siquiera en la cocina, jubilada la última guisandera, logran ganar la partida ni a los precocinados de cualquier gran superficie, clavo ardiendo, tabla de salvación de separados náufragos hambrientos, de uno y otro sexo, tras la devastadora jornada laboral nuestra de cada día.

Pasa siempre. Viene el péndulo de la moda de su exceso para allá y se sale por el lado de acá en otro exceso. No sería un péndulo si no.

Hay un historiador, inglés, si no me falla la memoria, que dice que no es pendular, sino helicoidal, como la curva de la muesca de los tornillos, que repite postura a diferente distancia de polos opuestos y constantemente sube y baja. Se refiere. claro está, a la historia, que lleva en los diferentes compartimentos la moda, la cultura y un largo etcétera del comportamiento humano individual y colectivo.

El resultado es el mismo, cada vez que exageramos por un lado, de rebote lo hacemos por el contrario.

“Liberaron” al género femenino y ahora nos lamentamos de su espero que temporal ausencia de gran número de los lugares por donde antes pululaba, y creo que como consecuencia, hay un peligroso descenso de masculinidad, evidenciado incluso por muchos de los programas audiovisuales que hay quien sufre con placer para mí difícil de explicar.

En la medida en que por las calles de mi pueblo las chicas han aprendido a hablar como antes sólo lo hacían los chicos, ellos, ahora, amedrentados, están aprendiendo modos de expresión que antes eran peculiares de las chicas.

Debe ser que tenían razón ellas y hay aspectos en los que somos potencialmente iguales o peores. De un plumazo, a la vez que de la opresión del macho desconsiderado, derogaron el amor provenzal característico de nuestro acné juvenil masculino, cuando nos habían enseñado en casa que ellas eran casi como ángeles, sin mácula ni carne mortal susceptible de podredumbre inspiradora de lo que dicen que dijo aquel asistente al Entierro del Conde de Orgaz: “nunca más serviré a señor que se me pueda morir”.

Hablando de morir, yo creo que lo haré, cuando me toque, convencido de que son, somos muy diferentes y recíproca y deliciosamente a la vez, contrarios y complementarios.

Cosa que no excluye que seamos capaces de realizar los mismos trabajos con la misma eficacia e idénticos errores, ni una ni otro, ni otro ni una mejor o peor, en términos generales.

Lo único que a mí me parece es que de algún modo tenemos que inventar entre todos la manera de que la casa, como dijo con agradecido alivio Luis Rosales, siga estando encendida.

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