Agítese antes de usarlo, dos cucharaditas, de las de café, antes de cada comida y mucho pasear por la playa, mojándose el trasero lo indispensable, la barriga no, después de los cuarenta y los ojos sin cesar, insaciables, en las piernas largas, torneadas, morenas, de las quinceañeras que el año que viene, si nosotros llegamos, a ellas ya se les va a notar la premonición de las varices que tendrán un día nunca demasiado lejano, que no es momento ahora, en pleno verano, de recordar con el capítulo de la memoria que llamamos imaginación.
¿Qué dice el periódico qué? ¿De qué? ¿De os préstamos que tiene que negociar el gobierno para qué? ¡Pero, hombre! ¡Si estamos en verano! Déjemelo para el disgusto del primer día que trabajemos.. ¿Usted no sabía que esto iba a ocurrir? ¡Pero si hasta el señor presidente lo sabía! Lo que pasa, que ya sabe, hay quien espera siempre, invoca, casi exige un milagro. La “baraka” aquélla de que habrá oído hablar.
Mientras escribo se va nublando, sube la aguja del higrómetro, que si esto sigue así, agallas, nos van a salir para seguir respirando, ¿y sabe lo que le digo? Pues que si hacen falta agallas, nos las pondremos, aprenderemos a respirar o morir. Morir es por lo menos un final de etapa, un “striptease” en que nos quitamos –o nos quitan- el cuerpo y nos queda el alma viajera para huir de los guardias de Azkabán de los mercados.
Fue craso error transformar los zocos comarcales de miércoles y de domingos, con las paisaninas de las sayas largas y la tagarnina colgando de la comisura: “los piescos a seis reales menos perrón”. No valió la pena cambiarlas por estos ejecutivos, “a mí, lubina”, de la camisa con el cuello flojo y la corbata, de Paul & Shark, colgando a la deshabillé mientras ellos se limpian el sudor, que allá va, con el pañuelo de papel, hecho un burujo, mezclado con las letras y los números de las imprevisibles, cada vez más humildes cotizaciones de aquel posible dinero de un futuro improbable con el que trabajábamos, ¿se acuerdan? “no va a pasar nada”, “me cubren los swaps”. ¿Los qué? –preguntábamos nostros, desconcertados- No importa, basta que lo entienda yo. Mira, entre tanto, cómo vuelan, se entrecruzan, brillan al sol del ocaso de una civilización decadente, que reproducen cada día nosecuántoscientos de programas basura, las bolas del genial prestidigitador, que, aprovechando que estamos distraídos, deja que caigan en el escenario vacío El, no sabemos quién era, se ha ido por el foro. Mutis. Es casi de noche y ha empezado a llover de nuevo. Huele, delicioso, a tierra mojada y esperanza.
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