Se armó la marimorena, en la tertulia, cuando alguien dijo lo de que partiendo de la base de que en cualquier comunidad tiene que haber quien mande, se le ocurrió añadir que le daba igual el método de selección, que votar tiene sus ventajas y sus desventajas, como las tiene el dedo. Un auténtico alboroto. Querían linchar, intelectual e incruentamente, desde luego, al audaz debelador de las excelencias democráticas, capaz por lo visto de imaginar sistemas para la mayoría definitivamente desprestigiados.
Se amparó en la constitución, para ejercitar su derecho a defender la tesis expuesta. Razonó que los sistemas políticos son convenientes o no, en determinadas comunidades, según multitud de circunstancias que deben tenerse en cuenta antes echarse al monte a defender uno a ultranza como sistema definitivo y universal.
Me permití estar de acuerdo en dos cosas, la primera es que sea aconsejable un sistema democrático, la segunda que hay grupos sociales cuya heterogeneidad no permite la aplicación de un sistema democrático, y añadí un tercer punto de controversia inmediata, consistente en poner de manifiesto que a lo largo del tiempo, algunos sedicentes demócratas que en realidad no lo son, han inventado una porción de excrecencias y adherencias que sin duda provocan letales patologías en la esencia de la democracia.
Me resulta inexplicable que se repudie o se desprecie a gente de buena voluntad que se entregó con los mejores propósitos a tratar de mejorar el mundo, a lo largo de su historia, sin lograrlo. Una porción de vidas ilustres, más o menos conocidas y unas reconocidas y otras no por la historia y sus veleidosas memorias, casi siempre interesadas, hizo cuanto pudo y gastó lo mejor de su vida en tratar de hacer lo mejor posible por los demás y merece. Sólo por ello, mucho más y más expresivo agradecimiento que cuantos fuero, van y seguirán en el futuro yendo a lo suyo, con absoluto desprecio de quienes hayan de ser pisoteados o utilizados para pasar, atravesar, llegar o llegar antes.
Cada poco, pe pregunto si habrá habido alguien, en algún tiempo, que haya sido irreprochable durante toda su vida. ¿Cómo habrá podido ser? ¿Qué habrá sentido? Hacia el final, si llegó a la vejez, habrá sido la suya como un paseo de tarde serena, ya casi anocheciendo, con el aire a la vez cansado y apenas perfumado, si es otoño, de olor a humo lejano. El posible eco de alguna voz, cualquier huella evidenciadora de la existencia de otros, le habrá producido el vago afecto sosegado que se sigue siempre de saber que se trata de personas conocidas, amistosas. Comprendo de pronto, las palabras del poema: “ven muerte tan escondida …”, y a cualquier hora pasa el aire frescacho de fin de agosto, como un escalofrío que es mezcla de confianza y terror, esperanza y desaliento. Tal vez humanidad en carne viva, vida enganchada en humanidad. Yo qué sé.
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