Compro en el establecimiento comercial de los chinos del campo de la feria unos pequeños recipientes de algo parecido a la porcelana, que vienen en paquetes de tres y cuestan en conjunto dos euros y medio, y en la floristería de enfrente, del otro lado del río, un paquete de alpiste que cuesta algo más de un euro.
Pongo alpiste en el recipiente y el recipiente en un tiesto de la escalera de fuera, donde suele haber pájaros, para ser mas exacto, suele haber lavanderas, gorriones, jilgueros, mirlos, y, a veces, petirrojos y verderones.
¡Te habrás quedado ancho!, me dice mi colega, amigo, compañero, hijo, del pupitre de al lado. Te has propuesto cambiar los hábitos de alimentación de los pájaros insectívoros.
Porque la que más viene y me conmovía, es una lavandera que en cuanto me siento ahí fuera, al lado del mínimo recipiente del alpiste, en el paquete del cual se alardea por el fabricante de que viene “enriquecido” con no sé cuántas vitaminas, se posaba cerca, ladeaba la cabeza y me miraba con gran interés.
No había caído yo en lo de que hay pájaros que comen grano, otros insectos y me da la impresión de que hay un tertium genus, en el que figuran los estorninos, que comen, como las langostas de tierra, de todo.
¿Vendrán? Las niñas son gente práctica: ¿cuándo?
¿Leen todavía las niñas las rimas de Becquer? Aquello de las oscuras golondrinas, que, como las madreselvas del tango, vuelven una y otra vez, mientras a nosotros, que somos los capaces de nostalgia, se nos lleva sin la menor consideración el río del tiempo. Las golondrinas, y los vencejos, vuelan en zigzag, sobre el río, nerviosos, dándose un lote de comer mosquitos.
Granívoros, que yo sepa, los gorriones, pero apenas quedan ni gorriones ni los gatos callejeros que los vigilaban desde los alféizares de las ventanas, haciéndose los distraídos como sólo saben fingirlo los gatos.
Sale el sol, supongo que sin más propósito que burlarse de los pronosticadores de un fin de semana embufandado de nieble.
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