Echo de menos el tiempo perdido.
Si nadie ha sabido nunca a dónde va ni dónde se refugia el tiempo pasado, podéis imaginar lo difícil que ha de ser reencontrar el perdido.
Tiempo perdido es el que se mata y el que se desprecia.
Está también el mal usado, pero ese por lo menos proporciona experiencia.
Ultimo domingo del glorioso agosto que habíamos esperado con fervorosa impaciencia y fue lo que fue.
Quedan lunes, martes y miércoles de “fines de agosto, frío en el rostro”, que decían las contemporáneas de la abuela. La abuela, decíamos de pequeños, vive en el sillón de mimbre de la rebotica. Allí estuvo durante nuestra niñez, dos generaciones de niños, además de los suyos. Dos tandas de nietos, justo en el apogeo de la crueldad del siglo. Salía a misa, al cine, de visitas y uno o dos viajes al año, con el abuelo, que la cuidaba como a las niñas de sus ojos, y, cuando había, al teatro. Desde el dos y el cuatro de la fila cinco, pasaron mis abuelos maternos del teatro al cine mudo, del mudo al sonoro y del sonoro al tecnicolor, mientras medio mundo se enfrentaba al otro medio en las sucesivas guerras del cruento siglo XX y la rebotica pasaba de los morteros y las papelinas a los medicamentos envasados y al milagro de la penicilina y toda su ahora extensa familia de antibióticos. Cuando yo era niño, mis abuelos tenían teléfono de manivela y una máquina de escribir con doble teclado, para mayúsculas y para minúsculas.
Tres días para que acabe agosto, y, en seguida, el viento de las castañas. Cada otoño se va espesando hasta formar el bosque del invierno, paradójicamente desnudo de las hojas, que las coge el suelo para tapar entre crujidos, sus vergüenzas de barro. Tres días como tres joyas, durante que todo será como antes.
Miles y miles de páginas de Proust, en busca del tiempo perdido, y al final descubres que el cesto era de mimbres, como el sillón de la abuela que dije, y no servía para ir echando tiempo del poco reencontrado, porque se escurría, como la leyenda del repostero: inter médium montium, pertransibunt aquae, que el tiempo es probable que tenga la consistencia imaginable de los líquidos, como cada río. Heráclito dicen que lo adivinó, medio milenio antes de Cristo.
Abandona el presidente ejecutivo de Apple. La enfermedad a unos, la vejez a otros, a unos el cansancio a otros el escepticismo, cada día quedamos en la playa, absortos todavía en los mensajes del viento y el agua, los que dejábamos huella, hasta ayer, que, de pronto, al pararnos, miramos y las huellas las borró la marea con el juego de su vaivén. Ahora, silba el viento por encima de las cines de las olas, otros marcarán el paso, dejarán –una sonrisa- nuevas huellas por entre las cochas vacías, los palitroques húmedos, la caprichosa raya que marca el límite de las mareas. Me bajo del caballo, que tasca impaciente el freno, dispuesto a entregaros la antorcha, asustado. Casi todos, a esta hora, nos miramos perplejos las manos vacías.
Y miramos a nuestro alrededor, buscando ese tiempo que os decía, tal vez, pero sólo tal vez, apunta la esperanza, definitivamente perdido.
1 comentario:
"Siempre hay que perder la mitad del tiempo, para poder emplear la otra mitad".
autor: Anónimo
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