La tumultuosa afluencia impide echar cuentas de lo que está
pasando este por fortuna largo y cálido
verano de agosto. Nadie sabe a ciencia cierta si estamos pagando lo que
gastamos en medio de este luminoso bosque, ribeteado a lo lejos por los miedos
amenazadores, la inconmensurable desgracia de enormes incendios, que,
implacables, van desgarrando la riqueza de lo que fueron hermosos paisajes,
lugares de deleito, o, simple y sencillamente, de vida placentera, áurea
mediocridad horaciana.
Y, si pagamos, tampoco se sabe si es con dinero que teníamos
o de nuevo a crédito, que donde vaya el asa, que vaya el calderos, y, si ya
andábamos rozando la deuda colectiva del inimaginable billón de euros, ¿qué
importa al mundo este pellizco de despedida?
Cambian las costumbres. Un letrero anunciaba ayer que la
verbena empezaría a las doce de la noche, la hora bruja, la hora de recobrar la
vida los muñecos de trapo, los fantoches y los soldaditos de plomo. Cuando hace
más de medio siglo era yo adolescente, nuestros padres nos ponían el límite de
las doce de la noche, hora de meigas, para regresar de las verbenas, y, como
mucho, las doce y media, con un espacio de media hora para la madrugada, que
estirábamos, ya medio novietes, hasta el lindero de la una. Seguro que ahora
las verbenas, sin linderos, no acaban. Pasas y están, bolsa del supermercado al
brazo, vaso de plástico en la mano, nuestros sucesores en la adolescencia y
poco más, mirándose o mirando hacia donde las luces no dejan ver la mar, pero
se le oye cómo respira.
Ahora amanece sobre la basura del botellón con melancolía, y
dos operarios municipales, de trajes
amarillo refractantes, empujan con el chorro de sus mangueras las nostalgias
recientes de la noche callada.
Huele a pan tierno.
Cada día más mochileros se mezclan, se finge o son
peregrinos del Camino olvidado. ¿Por dónde va el Camino? –te pregunta alguno- Y
tú: es que, verá, las autovías, las carreteras comarcales, las viejas caleyas,
los caminos servideros, de santo a santo, de las sernas … Al final, todo es
camino, como entonces. Todo lo que va a occidente, por donde san Andrés y
Fisterra. Usted párese cuando sienta –se siente como una calidez interior- que
llegó. Mire al cielo. Las estrellas se aprietan y refulgen, todas peregrinas
también.
Po la fiesta de Nuestra Señora de Agosto, celebran los
marineros de Luarca la de la Patrona de su Cofradía, que es la de Nuestra
Señora del Rosario. Antaño volvía a toda máquina, de la costera ya del bonito
del norte, de vuelta de la persecución de los cardúmenes de bocarte, que habías
pasado por el Camino de la mar abierta, tal vez ellos, acosados por bandadas de
delfines, también peregrinos a su modo.
2 comentarios:
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