lunes, 27 de abril de 2009

Cuando menos lo esperábamos, ha estallado una gripe, al parecer procedente de los cerdos, ese animal tan prodigiosamente aprovechable, que estoy seguro que no ha tenido arte ni parte en la mutación viral que amenaza con diezmarnos, a los humanos, a poco motivo que tenga la alarma que a la vez nos quieren repartir sin sembrar las instancias político administrativas. Esa gente que colectivamente nos dice que no nos alarmemos, pero que hay que tomar precauciones porque este bicho infinitesimal puede matar.

Los más viejos, al parecer también parte de los más vulnerables, nos lo tomaremos, espero, con mayor calma. En el umbral, donde estamos, de nuestro último acontecimiento importante, tampoco es tan grave que se adelante o se atrase un poco cuando al fin y al cabo ya era y continúa siendo cosa de cualquier día.

Para los más jóvenes, en cambio, para los que debería ser inquietante, compensa la seguridad que confiere serlo –joven- y el valor que proporciona, con esa inevitable confianza que sin duda proporciona de que el peligro no concierne, está lejos o es cosa de otros.

Viene de la habitualidad en la ficción del cine, de la tele, de las novelas, donde a los protagonistas, casi siempre los mejores, les ayuda siempre la fortuna, cuando no alcanza a resultarles suficiente el ingenio, tan prodigiosamente feraz en recursos, para salir con bien de los riesgos y que el bien y la bondad deban salir triunfantes. Cuando salimos del cine, apagamos el televisor o cerramos el libro, casi nunca nos identificamos con los personajes secundarios de cada narración, buenos y malos, sino que casi siempre estamos convencidos de parecernos de algún modo al personaje central de la trama, como tal inaccesible a cualquier clase de peligro.

De algún modo, la gripe, con su resonancia de peligro, tan útil para recordarnos lo vulnerable de nuestra confianza en la estabilidad de las circunstancias de nuestra humana condición, puede ser útil para sugerirnos salidas de escape para la crisis que nos tenía atrapados y desorientados en su laberinto.

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