El Viernes Santo es un día silencioso y sin luz propia. Clavaron ayer a Jesús, murió en la cruz. Ahora suelen decir que no es cierto, unos que se consideran los más progres. Otros hemos decidido creer. Nos discuten, unos, otros nos desprecian sin más, y nos aseguran que no es razonable, que no es digno de crédito, que es imposible. Respondo que en eso consiste la fe: en creer lo tal vez increíble, porque, si hay Dios, y creerlo es un acto de voluntad, por encima de la razón, si hay Dios, repito, nada es imposible, y si no lo hubiera, como dicen esos que o me discuten o me desprecian, nada valdría la pena, ni sería posible nada.
El Viernes Santo es la víspera incluso para los apóstoles desesperanzada, de que todo sea verdad, tenga sentido y sea posible, pero, de momento, me siento inmerso en una niebla gris sin la ternura húmeda de las nieblas habituales del norte Esta niebla no la ha traído el viento. Brota, seca, de las huellas del recuerdo de la pasión de ayer, cuando los sacerdotes de aquel tiempo habían decidido que la ley estaba por encima del amor. Error craso. Incluso el amor humano, provenzal o carnal, vago reflejo del amor, semilla de todo y su destino, vale para tener un atisbo de la imaginación de aquel otro, inimaginable, en que yo he decidido, quiero creer.
La ley no es la medida de nada, si no está apoyada en el amor, cimentada en él. Y me refiero a cualquier ley, dictada por cualquier hombre, grupo de hombres o sistema de gobierno real o imaginable, desde la más mínima hasta la más importante de las leyes.
Las calles, por la mañana temprano, están vacías. Pasa algún coche, de los que se van desperezando, junto con sus amos, que los sacan a trompicones de los estacionamientos prohibidos en que pasaron la noche, a la fuerza escondidos de las procesiones, subidos a las aceras, invadiendo los jardines recién florecidos de margaritas ahora chafadas. Un grupo de gaviotas irritadas rodea y acosa a un milano, que huye sin la menor dignidad. En la piel del río, como cada amanecer, tiembla el reflejo del paisaje urbano que el río se lleva hacia la mar cercana. El paisaje, sobre la epidermis trémula del río, tartamudea sus formas, las descompone, juega el río a recomponerlas aquí y allá, como haciendo y deshaciendo, caprichosa Penélope, un rompecabezas.
Hace frío, que trae el nordeste en cubitos de hielo, para que hasta el cuarenta de mayo, no sepamos si quitarnos o no el sayo. -
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