Un catorce de abril, casi hace un siglo, proclamaron la segunda república española, que luego se transformó, para su desgracia, en guerra crudelísima, que terminó un primero de abril. Abril es por lo tanto un mes en que celebran respectivas importantes efemérides los republicanos y sus contrarios, los que proclamaron y los que definitivamente derribaron la república. Sigue en pie lo que llaman problema de España. Parece mentira que tantos años después de haber nacido España –por cierto, ¿sabe alguien a ciencia cierta cuándo nació?-, seguimos empecinados en la búsqueda de su figura, que se nos escapa como una sombra entre las sombras, una niebla entre las nieblas, una luz en medio de la luz. Tenemos, o tal vez sólo imaginamos, un concepto de España, pero no sabemos definirlo. Nos encanta repetir con cada viajero que a su vez repite como un loro lo de que Spain is different y contarle a la gente que tenemos ciudades en que convivieron no se sabe si tres culturas, tres religiones o tres manifestaciones diferentes del modo de buscar al buen padre Dios y en la procura de sucesivos renacimientos, pero no sabemos definir lo que parece un sentimiento más que un concepto.
Puede que tras de tantas invasiones sucesivas, de hombres y de ideas, que fueron talando la multitud de árboles que dicen que permitirían a un mono atravesar la península sin bajarse al suelo, las leyendas más antiguas, vete a ver si la historia mismo, que nunca sabe nadie si es historia o leyenda hasta que pasan muchos siglos e investigan sesudos varones ya incapaces de penetrar en el último sentido que da carne a las cosas, la última circunstancia que explica lo inexplicable, como los heroísmos, la ternura infinita, la inconmensurable crueldad de los hechos más desconcertantes para un historiador de dentro de doscientos años, o tal vez de más.
Puede que para entonces aún exista España y sigan sin saber en qué consiste, indecisos entre taifas y cendones o la esfera del cuerpo unitario, centrípeto. Sin pararse a pensar que de cualquier modo es un hermoso conjunto. Algo con alma, a que pertenecemos tanta gente de buena voluntad, enfrascada y encalabrinada y cabreados unos con otros, es posible que porque nos gustaría ser ejemplares únicos, sentimientos fundidos en el grito de ese sobrecogedor cuadro que hace poco robaron, ignoro si porque alguien quería tenerlo solo, pesándole en la angustia de su silencio paradójico o porque hubo quien pensó que mejor liberar a la gente de su vista, para liberarse del sufrimiento implícito del rostro deformado por la veloz sucesión de sombras que constituye la esencia de la noche.
O serán Europa, nuestros descendientes, es decir, algo igual en mayor, porque vamos creciendo en la misma indecisión de ser nosotros y el otro, tal vez porque la humanidad sea uno de nosotros, multiplicado, para diferenciarlo, por un juego de espejos.
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