viernes, 24 de abril de 2009

La mar
podría ser el amor que viene
de nadie sabe dónde y nadie sabe en qué consiste.
Y la tierra recibe a la mar
con la carne abierta,
trémula, rubia
de la playa
o con el fragoroso desdén del acantilado,
despeinado
de graznidos de gaviotas.
La tierra y la mar, se conjugan,
ora marea alta,
combativa,
ora baja, complaciente, enamorada, cascabelera
de besos y espuma.
Yo me estoy,
Mirándolo todo. Absorto,
desde la aparente impunidad de la orilla,
que poco a poco, sin embargo,
se desmorona y convierte
en la niebla
en que me voy disolviendo
como un olvido.

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