Me cuentan de un señor que, para abrir una modesta industria como autónomo, tardó, sin descuidarse, insistiendo, rogando, enloqueciendo, algo menos de tres años en obtener todas las autorizaciones imprescindibles.
Escoge uno cualquiera, masculino o femenino –como dicen ahora para que nadie se ofenda-, un ejemplar joven –suele serlo- de la especie humana. Seguro que se trata de un espécimen cordial, bienintencionado, predispuesto a la broma y, si hay ocasión, a enamorarse con locura y para siempre –será mientras dure, pero mientras dure, será para siempre-, que se pone a estudiar más o menos, según las dimensiones de su ambición, y que saca unas oposiciones y se convierte en funcionario.
La toma de posesión, con demasiada frecuencia, lo primero que hace es cambiarle el carácter, mudárselo a peor, convertirlo en un individuo malhumorado e impaciente a que molesta que los pobres diablos como nosotros, que jamás hemos sido funcionarios, tengamos la desfachatez de presentarnos ante su ventanilla con la a todas luces absurda pretensión de que en un plazo prudente, previos el trámite y los pagos que puedan proceder, desde ella nos resuelva algo.
Con una sonrisa sarcástica, un rictus, más bien, taraceado de desprecio, puede que tenga a bien informarnos de que nuestra pretensión, tan inocente como parecía, necesitará por lo menos la tramitación de sendos expedientes, que deberán seguirse sucesivamente en media docena de oficinas, dependientes como es para cualquier funcionario lógico, de otros tantos diferentes ministerios.
-¿Y eso cuánto puede durar? –les preguntas con timidez tus asesores-
-Pues mira, con suerte, un par de años o tres de arduos trabajos y a ratos dedicación plena.
A uno, lo primero que se le ocurre es que alguien le está gastando una broma. Luego se enfada, sin el más mínimo resultado, y, como consecuencia, se desespera casi tanto como el agrimensor o el procesado de Kafka. Luego, mucho después, descubres con horror que tú, que siempre has sido gente de orden, estás llegando a la conclusión de que el anarquismo más radical podría remediar siquiera fuese en parte, alguna de las miserias de nuestra sociedad, este planeta cubierto de consignas brillantes y solidarias declaraciones de derechos humanos, derechos de los niños, de las mujeres, de los ancianos, de los toreros y los militares sin graduación y podrido de expedientes, papirolocura y endurecimientos de la burocracia –a la burocracia, cuando se endurece, se le dobla la erre y se convierte en lo que se convierte, como todo el mundo sabe-. Eso sí, cada funcionario incrustado en la cadena administrativa tiene la doble protección de su inamovilidad, su perennidad y su pensión asegurada, por un flanco, y, por el otro, el cinturón de hierro de la barbacana del camino iniciático contencioso administrativo, a lo largo del cual, se blanquean los huesos de recurrentes fallecidos en el empeño de llegar a algún lugar, algún fin de etama en que alguien los reintegrase al sentido común de la ventanilla única y el funcionariado servicial, responsable, previo procedimiento sumario y suficiente para esclarecer als circunstancias del supuesto, en los respectivos casos, cuando por lo visto se dan, de morosidades, errores y disparates.
1 comentario:
Me gusta tu blog.I estoy esperando su nuevo puestos
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