lunes, 28 de marzo de 2011

Ahora que habéis matado el árbol
y se ríe, entre dientes, la autoridad competente,
mientras los pájaros,
cada vez más desconcertados,
buscan lo que fue su nido,
el lugar de su congreso de pájaros, el escaño
desde que proclamaban cada día
la desbordante alegría de vivir,
ahora,
padres de mala acción, asesinos
de la indefensa ternura, de la bendición
majestuosa con que el árbol recibía a los vientos,
ahora
estaréis satisfechos,
disfrutaréis
de la satisfacción de haber sobrevivido a la belleza,
de haber entristecido un poco más
la locura sádica del mundo que nos rodea.
Yace en el suelo, sin pena ni gloria,
el testimonio de vuestro inútil capricho,
os habéis frotado las manos, limpiado el sudor,
encendéis un pitillo, hacéis,
si acaso,
un comentario respecto del partido de fútbol del domingo
o del culo de la vecina que pasa contoneándolo.
Ya está, el árbol ha muerto, la vida
sigue.

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