Me ofende la tremenda, incomprensible crueldad anónima de quien pone una bomba y se va, silbando, con las manos en los bolsillos, sin pararse un momento, su insensatez, en pensar que cualquiera puede pasar por allí cuando estalle.
No hay nada ni nadie que pueda justificar tamaño desafuero. Asusta la inhumanidad a que puede llegar un ser humano sin dejar de aparentar serlo.
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