Tras de recorrer una revista o ver una lista de publicaciones, estudiar las novedades que proyectan una o varias editoriales y hojear algunas reseñas de libros desconocidos, se te enloquece y encalabrina la imaginación. Personalmente, en cualquiera de esas situaciones, me gustaría haber leído cuanto se me propone adornado con tanta palabrería de mercader hábil, capaz de adornar incluso lo banal hasta interesarte profundamente por lo que luego resulta que no era más que otra de las chapuzas usuales, cuyos autores las intrincan a base de confusión, tal vez porque son incapaces de interesar con lo que urden.
Hay cada día o inventan nuevas técnicas para adornar o para sencillamente colocar las mercancías en determinado lugar por que pasará sin duda mucha gente interesable en lo que se trata de vender. La publicidad ha generado, a base de derrochar ingenio, una patología nueva, que es la del comprador compulsivo. Nos desarrollan, o no sé si hasta nos implantan, unas células madre de anhelo de posesión de abalorios y quisicosas. De pronto, hay días, en que me sorprendo abrumado por el deseos de que llegue a los comercios algo que ha sido sabiamente programado, preparado, adornado y descrito por unos profesionales del desconcierto y la reconcentración en ese punto donde se encuentran el deseo y nuestras posibilidades de posibilidad.
Me refiero a ese hecho frecuente de que incluso gastemos, por cosa de la prisa en tener algo dudosamente necesario, lo que todavía no ha llegado a la parte disponible de nuestro patrimonio. Esa columna del activo donde somos tan aficionados a incluir en seguida lo nada más que probable o lo que es peor, sólo dudosamente posible.
Tiempos de necesidad y tentación, justo coincidentes ahora con una salida de las crisis que Juan Cueto llamó polisémicas, por decir de modo más intrincado que la habitualidad de hablar de las crisis o de la crisis ha hecho mella y erosionado la palabra, hasta dejarla en la frontera de la ambigüedad, un tiempo en que resulta previsible anunciar que habrá que ganar y gastar menos cada vez, hasta que el nivel de la nueva sociedad se restablezca.
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