sábado, 26 de marzo de 2011

Y como quien no quiere la cosa, veintiséis de marzo. Sol a raudales, en brazos de la primavera. Como si este año fuese, la muy ladina, a ser como debe, que, loca como suele estar, acabará nevando, cualquier día. El secreto está en no hacerle caso cuando se pone melindrosa. Mirar hacia otro lado. Si no, correremos el riesgo de que le entre comezón de artista y se empeñe en demostrarnos lo loca que está.

Casi cierre de curso. Después de Semana Santa, que está ahí, a la vuelta de la esquina, los estudiantes nos percatábamos del tiempo perdido y echábamos mano, inquietos, de los libros. Cuando estudiábamos. Nos coincidían la inquietud finicursal y una residual adolescencia. Nos hervía la sangre enamorada. En primavera, digan lo que digan quienes disimulan el sentimiento llamándole cursilería, la sangre de los adolescentes, si no encuentra de quien enamorarse, lo hace del amor mismo. No resulta tan extraño si se tiene en cuenta que Darío, el padre de Alejandro Magno, se enamoró de un árbol, dicen no sé si los escritos o la leyenda.

Luego están los efectivamente cursis, que se enredan como hiedra en el carbol más próximo, cubiertos de flores, ellas o ellos, que contra lo que muchos opinan –de esos que dicen que los hombres no lloran-, hay cursis machos y cursis hembras.

Tome –dice mi periodiquera-, le pongo los periódicos en una bolsa, para que no se le caigan las noticias por el camino. Los periódicos, durante algunas temporadas, son como la telebasura, parece que, como ella repite los mismos personales con los mismos aburridos soliloquios, la prensa reitera las tremendas noticias, que así se van diluyendo en la repetición y perdiendo la fuerza de su impacto inicial.

Bombas que tiran los buenos y los malos, y ambos matan inocentes y cada uno dice que fue el otro, parejas que se acuchillan o se matan a golpes y después se horrorizan, tratan de responsabilizar de lo ocurrido al muerto, y, a veces, completan la lúgubre tristeza del cuadro suicidándose de mala manera. Robos, timos, palizas a la puerta de la discoteca y de la noche. Borrachos que atropellan a noctámbulos. Fútbol. ¿Son los futbolistas las personas mejor pagadas del mundo?
Uno se pierde entre los ceros de los miles de millones que se cruzan para tratar de ganar y hacerlo cuanto antes. ¿Pueden, todos esos que vienen chapurreando nuestro idioma, poco menos que en olor de milagro, sentir la vieja rivalidad con el vecino del pueblo de al lado, de la ciudad más próxima, de cuando había que llevar en la camioneta que llevaba al equipo, las gaseosas del dopaje del descanso y venían los municipales a regar a falta de ducha a los esforzados gladiadores durante ese cuarto de hora reconfortante?

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