Marcelo Suárez García publica su segundo libro de texto y dibujo, que tituló Fábulas y garabatos. Marcelo es al humor lo que Lovecraft la terror. Lovecraft solía decir que el terror más alucinante es el que se produce a partir de lugares y situaciones habituales. Eso le ocurre a Marcelo con sus dibujos de personajes hecho de globos y distorsiones que retratan comportamientos, gestos y escorzos de la gente y sus trextos, que tienen de Woodehouse, Joan Butler, Jerome K. Jerome, Jardiel Poncela, Tono y Mihura, pero todos ellos batidos y añadiéndoles unas gotas de Marcelo, bondadoso espectador del disparate humano que un poco disculpa, otro poco comprende y trata siempre de remendar para que no se vea la carne viva del sufrimiento y quepa, en el peor de los casos, que mañana o pasado, la situación desemboque en la reconciliación con lo humano de una sonrisa.
Los garabatos de Marcelo, de trazo seguro y caricatura evidente, pero hecha siempre con bondadosa ternura y frase, en cada globo acompañante de aparente ingenuidad de sabio deliberadamente distraído, andan por todos los rincones y papeles de la casa, por los márgenes de los libros, en las libretas, al dorso de papeles y anuncios. Son como una tribu alienígena de buena gente, como los personajes de Pirandello que buscaban autor para contar su peripecia.
A media tarde, llega la noticia de que las pequeñas cajas rurales, cooperativas de crédito, entidades financieras a medio camino de ser un híbrido de minibanco, son sólidas. Nuca, desde sus crisis de los años setenta – ochenta, dejaron de serlo. Su problema real, en la actualidad, no es ése, sino el de su tamaño, que podría excluirlas de un escenario, como algunos de los previsibles para las posibles salidas de las crisis sociales y económicas que ni políticos ni economistas parecen capaces de resolver por reequilibrio del grupo social resultante del desarrollo tecnológico y el desengaño materialista del cruel siglo pasado. Una buena noticia, de cualquier modo, equivalente al espaldarazo de una administración prudente como suele ser el de las entidades financieras cuando no se mezclan en ella intereses diferentes de los puramente económicos, ni se pretende incluir en los negocios de hoy dinero de dentro de más de medio siglo, o, como últimamente, más allá todavía. Debe mantenerse como axiomático el principio de que nunca, en banca grande ni pequeña, debe el prestatario intervenir en la administración del prestamista.
Salió estos días el libro anual de Donna León, con la familia del afortunado comisario Brunetti, que, además de tener la de vivir y trabajar en Venecia, como su autora, tiene la suerte de conservar alrededor de sí una familia envidiable, real protagonista de cada novela, que proporciona por uno u otro medio al comisario la perspectiva por lo menos desde que podría tenerse que mirar el enigma para advertir un hilo de que se podría tirar en busca de unos malos que Donna León mira sin miedo, sin rencor, compadeciéndose, como aconsejaba Beccaria del delincuente. Y otro de Preston solo. Preston, con Child, nos tienen acostumbrados a la policíaca semiterrorífica y apasionante. Por separado, uno y otro elaboran narraciones que también lo son, pero sin el desconcertante concurso de Pendergast ni ese miedo visceral que gotea de lo desconocido que por negligencia de cualquier explorador, se cuela en la civilizada estructura de la modernidad y la desbarata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario