martes, 29 de marzo de 2011

Del nacimiento de la aldea global es lógico en mi opinión que se siga la acentuación del sentimiento tribal de pertenencia un grupo iqueño, identificativos.

Las personas, en un ámbito demasiado grande, como es nada menos que el del mundo, el planeta entero, se sienten indefensas, a una especie de intemperie cultural resultante del cruce y rozamiento y de la imbricación de unas culturas con otras.

Al desaparecer la protección del valle, se recuerda el ámbito de la cueva primigenia, y al alejarse los centros de poder, mando y representación, el mercado donde han de venderse los productos de nuestra modesta artesanía personal, se echan de menos las plazuelas de los mercados comarcales y, a la vez, se echa de menos la familia, progresivamente destruida por diversas circunstancias, o, por lo menos, el calor de la hoguera de la tribu.

Se nos desfigura la humanidad como conjunto, a fuerza de crisis sucesivas de crecimiento, unas veces tecnológico, otras de las ideas, en el fondo desfases de la indispensable convivencia pacífica del cuerpo inerte con el espíritu que lo vivifica.

Unas veces inventamos desaforados y luego nos resulta imposible entender que cada cosa lleva en la propia esencia su contrario, cada luz su sombra, y otras imaginamos utopías, como la lechera de la fábula, sin precaver la cuenta de resultados que reclama apoyar en la tierra la realización de cualquier vuelo.

Para el ser humano, es probable que el equilibrio y la armonía, conjugados, fuesen el ideal, pero eso sería casi el Edén, y de ahí fuimos expulsados hace tiempo. A lo mejor es que el privilegio de vivir tiene que pagar el peaje de que la vida sea como es.

No hay comentarios: