Días que resulta imposible escribir. He de dibujar trabajosamente las letras, que, como seres vivos, o partículas de seres vivos, se resisten a que las encarcele en las palabras. ¿Te acuerdas, madre, de cuando vendían, delante de la que fue nuestra casa, jilgueros recién cazados, enloquecidos, que se arrojaban hasta morir contra los barrotes de las jaulas? Otros, domesticados, sacaban del paquete de papelillos, pronósticos de la suerte. Me asustan siempre, aunque no crea en ellos, esos y los demás pronósticos que hacen en vacío los periódicos al hilo de la Astrología.
A la vista del singular y acorde funcionamiento de lo inmenso y lo pequeño -¿qué son en realidad las moléculas y los átomos sino pequeños sistemas planetarios, que funcionan como los más lejanos y descomunales del Universo-, ¿quién puede asegurar que no esté relacionado el giro de los iones o de los átomos con el de las galaxias y los planetas?
Cazar y enjaular. Grillos y pájaros indefensos. ¿Por qué, aún niños, ya pretendíamos enjaular mascotas aterrorizadas, que se nos acababan muriendo en un rincón de la jaula o de la grillera, en el pequeño zoológico de nuestras casas?
En cuanto los cazas y te los llevas ya no hay remedio. No vale, ese gesto de que tu madre te convencía, abrías el balcón y los dejabas irse. ¿Irse a dónde, si ya los habíamos sacado de su habitat?. Hasta los pájaros y los grillos tienen un territorio donde se desarrolla su vida. Incluso los que migran, aquí y allá tienen unos límites de valle más allá de los cuales están los peligrosos vericuetos de lo desconocido.
Las palabras contienen cada una su esencia, que, vertida en la frase, le proporciona el sentido de lo que se dice, y por ello, la vida. Una palabra sola es como la luna fuera de su órbita, pero es que llevada a la fuerza a la jaula de una frase inoportuna, se convierte en el revés de la vida, que es la muerte.
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