Las palabras e entremezclan, riman o no, pero conserva su musicalidad el verso, gracias al sonido y al significado de cada palabra o de su enlace con otras que le arrancan reflejos. Es la luz, energía pura, la que se convierte en expresividad. Las palabras se entrelazan. Adquiere la voz, o se le concede, de obtener trozos de luz, que, al fragmentarse, se hace polícroma, y precisamente entonces, el verso se enlaza con sus hermanos de estrofa y los que escuchan pueden empezar a sentir el paisaje, con el que entran en contacto no saben bien con qué sentido, puesto que todos concurren en la atención al poema, que, indefectiblemente, los convoca y atrae.
La osamenta vieja del anciano que soy, duele, ahora en primavera, y, en cada cambio de tiempo, se queja y rechina, mientras el pensamiento, que quisiera volar, ir a ver los juegos de luces, escuchar los sonidos menos perceptibles del planeta vivo, se desespera.
Queda poco –dice la razón-, y comprendo que es justo, que hemos vivido y hay que dejar tiempo y espacio para otros que vienen con avidez de vivir, de sentir, de participar en el privilegio que nosotros estamos acabando de gastar y nos resistimos a abandonar. Son demasiado apasionantes los desafíos humanos, insondable la capacidad de la razón, que ahora lamentamos haber desperdiciado sin ser capaces de aprovechar hasta la última gota de la maravilla insólita de haber estado, de estar todavía vivos.
Ayer estuve ayudando a presentar unos libros conmemorativos de cosas y de personas del tiempo de nuestro recorrido vital. Permití a la nostalgia recorrer las cuerdas de la memoria y obtuve tañidos para mí entrañables. A la gente, observé en los rostros de algunos de los oyentes, le gusta que le cuenten cosas de un pasado donde no estuvo. Creo que o son conscientes o intuyen en ese momento, que el futuro, su vida que les espera, se empieza y cimienta, lo digo siempre porque así lo creo, con y sobre cenizas y polvo del pasado.
En la caravana de peregrinos, primero te protegen, ayudan, enseñan a andar, luego pasas al frente, la primera fila, donde se hace camino, y, con suerte, se participa en avizorar parte del futuro, hasta más y más lejos cuanto más largas y poderosas son las antenas de la capacidad de cada cual, por último te mandan a los vagones de retaguardia, donde cuentas a los niños, como un viejo rapsoda más o menos afortunado en el recordar y el decir, unas veces lo que deben recordar y otras lo que deberían olvidar, pero forma parte tan íntima de nuestra miseria que no podemos resistir la tentación de repetir, sobre todo cuando estuvo tan a punto de lograrse.
La vida es también así.
Otros, cuando les llega este tiempo, se quedan poco a poco dormidos, unos con la sonrisa en los labios, otros con ese sueño inquieto de las pesadillas, las obsesiones, el miedo.
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