Lo saqué por el contexto, al resolver creo que era un “damero maldito”, el monigote de papel que se cuelga de la espalde alguien para hacerle burla, típico de la festividad de los Santos Inocentes, es decir, de ayer, 28 de diciembre, se llamaba “llufa”- Cuando no conozco una palabra y me “sale” por el contexto en un crucigrama o un damero, a los que, junto con los libros y la música de Nueva Orleans soy adicto, voy a tratar de comprobar mi posible acierto, en alguno de los muchos diccionarios que rodean mi refugio. En este caso, nada, ni llufa, ni lufa, ni cosa parecida.
Cuando me empecino en cosa como ésta, suelo seguir tenaz, obstinadamente el rastro. Pregunté incluso a académicos de la lengua por el nombre del dichoso monigote y ésa fue precisamente la dubitativa respuesta: “monigote"… Hasta ayer. Ayer me encontré con la palabreja en un periódico catalán y lo pensé. Busqué en la red, donde dicen que ahora está casi todo, y allí estaba, incluso con imágenes. Y la segunda sorpresa fue que tiene traducción al castellano y que en el diccionario de la Real Academia, allá por entre el quinto y el séptimo significado de cada una, me encuentro que el dichoso monigote puede llamarse “maza” o “rabo”. A mí me gusta más “llufa”, le va mejor. Y para festejar el hallazgo y puesto que era el día apropiado, me colgué una llufa y me olvidé de ella hasta que a la hora de cenar, mi mujer, muerta de risa, me preguntó quién me había colgado e sambenito de inocente. Callé como un azogado. Nunca te acostarás, dice el refrán, sin saber una cosa más- Y efectivamente, ocurre a veces.
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
martes, 29 de diciembre de 2009
lunes, 28 de diciembre de 2009
Vivir es irse muriendo,
por eso lloran
los niños, al nacer. Estaban
felices
en el limbo de su madre, aún sin pecado,
y la vida,
este señuelo,
los trajo al mundo, a veces con inmenso dolor.
Por eso lloran
los niños, nada más
haber echado un vistazo a los que les espera.
No saben, todavía,
que esto de nacer, en los tiempos que corren
es un privilegio,
que van a conocer la alegría y el dolor, esas dos singulares,
tremendas sensaciones,
van a compartir con el mismo Hijo de Dios el hecho
de nacer,
a tener la posibilidad de enamorarse, tocar,
estremecidos,
la tersura de otra piel amada, en carne viva. Cuando toco
a mi amada, ella siente
la caricia en carne viva
en su corazón.
Pero ese privilegio hermoso
hay que pagarlo en la terrible moneda de la incertidumbre
acerca del día,
de la hora,
del lugar,
y lo que es más tremendo
de lo inconcebible, que espera
del otro lado del espejo
en que al mirarse y conocerse, al fin, el hombre
llega a donde tenía que llegar
pues para eso ha nacido
y por eso
los niños,
al nacer,
lo primero que hacen es llorar amargamente.
por eso lloran
los niños, al nacer. Estaban
felices
en el limbo de su madre, aún sin pecado,
y la vida,
este señuelo,
los trajo al mundo, a veces con inmenso dolor.
Por eso lloran
los niños, nada más
haber echado un vistazo a los que les espera.
No saben, todavía,
que esto de nacer, en los tiempos que corren
es un privilegio,
que van a conocer la alegría y el dolor, esas dos singulares,
tremendas sensaciones,
van a compartir con el mismo Hijo de Dios el hecho
de nacer,
a tener la posibilidad de enamorarse, tocar,
estremecidos,
la tersura de otra piel amada, en carne viva. Cuando toco
a mi amada, ella siente
la caricia en carne viva
en su corazón.
Pero ese privilegio hermoso
hay que pagarlo en la terrible moneda de la incertidumbre
acerca del día,
de la hora,
del lugar,
y lo que es más tremendo
de lo inconcebible, que espera
del otro lado del espejo
en que al mirarse y conocerse, al fin, el hombre
llega a donde tenía que llegar
pues para eso ha nacido
y por eso
los niños,
al nacer,
lo primero que hacen es llorar amargamente.
sábado, 26 de diciembre de 2009
Llevaban, la otra tarde,
un ángel malherido,
camino del cementerio de los ángeles,
que está
en el fondo
de la mar.
En el fondo de la mar, en el cementerio de los ángeles
yacen también los pájaros y los niños muertos sin bautizar,
que antes iban al limbo,
y las estrellas
desprendidas
del cielo durante la noche.
En el cementerio del fondo de la mar,
que está hecho aprovechando, que por eso
no las encuentra nunca nadie por mucho que las busquen,
las ruinas
de Atlántida,
las cruces son de espuma,
cada oración el sordo crepitar
de las olas.
Las flores,
son, en el cementerio del fondo de la mar,
pedacitos de nácar,
cristales de roca,
huellas
de pisadas
de peces vagabundos
y peces peregrinos.
En el cementerio del fondo de la mar, como podéis imaginaros
todo es diferente,
menos el silencio
blanco y vacío de los pensamientos y de los sueños
de la Dama del Alba.
Que son, como ella, reflejos silenciosos
del ampo de la nieve.
un ángel malherido,
camino del cementerio de los ángeles,
que está
en el fondo
de la mar.
En el fondo de la mar, en el cementerio de los ángeles
yacen también los pájaros y los niños muertos sin bautizar,
que antes iban al limbo,
y las estrellas
desprendidas
del cielo durante la noche.
En el cementerio del fondo de la mar,
que está hecho aprovechando, que por eso
no las encuentra nunca nadie por mucho que las busquen,
las ruinas
de Atlántida,
las cruces son de espuma,
cada oración el sordo crepitar
de las olas.
Las flores,
son, en el cementerio del fondo de la mar,
pedacitos de nácar,
cristales de roca,
huellas
de pisadas
de peces vagabundos
y peces peregrinos.
En el cementerio del fondo de la mar, como podéis imaginaros
todo es diferente,
menos el silencio
blanco y vacío de los pensamientos y de los sueños
de la Dama del Alba.
Que son, como ella, reflejos silenciosos
del ampo de la nieve.
Recuerdo haber tenido no sé cuándo
una hermosa idea
y el ímpetu necesario para tratar de abrir su caja
y dejarla en libertad,
como deben estar siempre las ideas más hermosas.
Cuando eres joven, cuando yo lo era
por lo menos,
subes sin un jadeo todas las escaleras,
las montañas todas
del mundo.
Y se tienen hermosas ideas,
brillantes,
deslumbrantes,
despampanantes y disparatadas ideas,
que, tal vez, bien enderezadas, podrían
mover,
cambiar este mundo desquiciado.
Lo que pasa es que, ya entonces,
como ahora,
te das cuenta,
horrorizado,
de que si cambiásemos el mundo
ya no sería
este prodigioso mundo en que vivimos.
una hermosa idea
y el ímpetu necesario para tratar de abrir su caja
y dejarla en libertad,
como deben estar siempre las ideas más hermosas.
Cuando eres joven, cuando yo lo era
por lo menos,
subes sin un jadeo todas las escaleras,
las montañas todas
del mundo.
Y se tienen hermosas ideas,
brillantes,
deslumbrantes,
despampanantes y disparatadas ideas,
que, tal vez, bien enderezadas, podrían
mover,
cambiar este mundo desquiciado.
Lo que pasa es que, ya entonces,
como ahora,
te das cuenta,
horrorizado,
de que si cambiásemos el mundo
ya no sería
este prodigioso mundo en que vivimos.
viernes, 25 de diciembre de 2009
Durante la tarde, volaron de nuevo este año los estorninos, Formaron su bandada y adornaron a su modo la tarde de Navidad. Porque es Navidad. El cura párroco incensó el altar y propuso un Niño para la adoración de los fieles. Un pueblo, se ha dicho, es el conjunto de sus leyes y sus costumbres. Quítese, a mi juicio, lo de las leyes. Un pueblo vive en sus costumbres, que son la vida misma del pueblo, el cauce por que discurre la vida de los habitantes que lo integran. Añadiré una vez más que en mi opinión la cultura de un pueblo es la manera de vivir de la mayoría de la gente que vive en él. Las leyes, en su conjunto, lo que los juristas llaman el ordenamiento jurídico positivo de un pueblo, no son más que la horma correctora de los incumplimientos de sus gentes, por lo que respecta a las obligaciones derivadas de las relaciones que han de entablar necesariamente con sus convecinos para sobrevivir juntos y asociados. El hombre, además de serlo, es el grupo en que vive, integrado en comunidad con sus muertos y sus nasciturus. Cada hombre es todos los hombres, como cada cosa creada es su universo. Tal vez sea esa la razón, o parte de la razón de que se parezca tanto el funcionamiento de lo más pequeño imaginable con lo inimaginable mayor de la creación, o, si se prefiere, del universo que nos contiene. Vuelven los estorninos, para desesperación de los encargados de la limpieza y de los del arbolado público y privado, que cada noche invaden los pajarinos. Luego, cada mañana, “suena” el árbol como un gran cascabel de plata, a la del alba, que dejó dicho Cervantes. Mucho más tarde, tal vez más de cuatro siglos después, llamó Casona Dama del Alba a la muerte. No habría ocasos sin ortos. Se hacen falta la Navidad y la muerte, la hora del alba y la Dama del Alba. Todo, en definitiva, un parpadeo. ¿Habrá alguien –me pregunto- que al llegar, en ese abrir y cerrar de ojos, el momento inmediatamente anterior a cerrarlos, que pueda estar satisfecho de sí mismo? ¡Qué envidia!, si lo hay. Los demás, tenemos que consolarnos con la consoladora convicción de que es condición humana la falibilidad. A partir de ahí, los errores y fallos podrán ser mayores o menores, pero tal vez, y en ello reside el posiblemente falso consuelo, inevitables, o, por lo menos, tan difíciles de evitar que resulta como si lo fueran. ¿Y si al pensar y escribir esto también me estoy engañando a mí mismo, como triste justificación? Ni siquiera cabe “bajar” de Internet las respuestas cabales y más probables de ciertas comprometidas preguntas.
jueves, 24 de diciembre de 2009
Es Pascua,
esta noche es Nochebuena, suelen decir los villancicos
y mañana
Navidad.
Mi amigo Luis,
que era arquitecto, modelaba las piedras,
las mezclaba
con el aire,
soñaba volutas y viaductos, pero,
sobre todo,
pintaba y escribía hermosas felicitaciones de Navidad,
decía:
¡un Niño nos ha nacido!
y dibujaba, cuidadosamente,
unas manos, como un portal de Belén,
y, dentro,
cobijadas,
enamoradas,
las figuras.
Mi amigo Luis, hasta que se murió y está en el cielo,
con el buen padre Dios, a que él tanto amaba,
cada año, durante más de un tercio de siglo,
me enviaba su dibujo de Navidad, lleno de ternura,
su villancico.
Es Pascua,
la Pascua tiene incrustadas todas las nostalgias,
el sabor del turrón amargo de aquella Nochebuena,
el del turrón ilusionado de otras,
las figuras
de barro
del belén, mezcla de todos los belenes de la bisabuela,
de la abuela,
de nuestra madre, que siempre cantaba el mismo villancico,
y las otras figuras,
ahora
jirones de niebla semiolvidadas, tersas
de tanto acariciarlas con las yemas de los dedos de la memoria.
Es Pascua, es infinita
alegría,
que otros trajeron en hombros hasta aquí,
que hoy me pesa
sobre los hombros ya
tan cansados
y que estoy entregando a mis nietos, que abren mucho los ojos,
me miran,
me piden que les cuente y van atesorando
y yo les digo
estos versos,
que ni siquiera lo son, que suenan
como gotas de agua,
como palabras viejas que el viento lleva y choca en la ventana,
como las notas del piano
cuando tocas
las teclas
distraído
y es como si estuviera naciendo,
balbuciente,
la música,
ahora mismo,
como el Niño
nos ha nacido esta noche
que es Nochebuena,
es Pascua.
esta noche es Nochebuena, suelen decir los villancicos
y mañana
Navidad.
Mi amigo Luis,
que era arquitecto, modelaba las piedras,
las mezclaba
con el aire,
soñaba volutas y viaductos, pero,
sobre todo,
pintaba y escribía hermosas felicitaciones de Navidad,
decía:
¡un Niño nos ha nacido!
y dibujaba, cuidadosamente,
unas manos, como un portal de Belén,
y, dentro,
cobijadas,
enamoradas,
las figuras.
Mi amigo Luis, hasta que se murió y está en el cielo,
con el buen padre Dios, a que él tanto amaba,
cada año, durante más de un tercio de siglo,
me enviaba su dibujo de Navidad, lleno de ternura,
su villancico.
Es Pascua,
la Pascua tiene incrustadas todas las nostalgias,
el sabor del turrón amargo de aquella Nochebuena,
el del turrón ilusionado de otras,
las figuras
de barro
del belén, mezcla de todos los belenes de la bisabuela,
de la abuela,
de nuestra madre, que siempre cantaba el mismo villancico,
y las otras figuras,
ahora
jirones de niebla semiolvidadas, tersas
de tanto acariciarlas con las yemas de los dedos de la memoria.
Es Pascua, es infinita
alegría,
que otros trajeron en hombros hasta aquí,
que hoy me pesa
sobre los hombros ya
tan cansados
y que estoy entregando a mis nietos, que abren mucho los ojos,
me miran,
me piden que les cuente y van atesorando
y yo les digo
estos versos,
que ni siquiera lo son, que suenan
como gotas de agua,
como palabras viejas que el viento lleva y choca en la ventana,
como las notas del piano
cuando tocas
las teclas
distraído
y es como si estuviera naciendo,
balbuciente,
la música,
ahora mismo,
como el Niño
nos ha nacido esta noche
que es Nochebuena,
es Pascua.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Desde que el mundo lo es, habrá, supongo, ocurrido lo mismo, que unos sufren las consecuencias de actos y de conductas de que no parecen responsables y otros, que aparentan ser unos auténticos asquerosos, reciben lo que no parece corresponderles. Pro ¿quién soy yo para asegurar que unos sean tan buenos como parecen y otros tan impresentables como aparentan?.
Consuela mi irritación suponer que es cierto que Dios escribe derecho con renglones torcidos, aforismo que coincide con la justicia incomprensible de la parábola de la viña y sus trabajadores, todos los cuales merecieron el mismo salario cualquiera que fuese la hora a que hubieran empezado a trabajar.
Mi conclusión de hoy, a la puerta de la esperanza de la Nochebuena, es que el mundo es como es y hay que vivir la peregrinación sin más que tratar de aplicar reglas de buena fe a lo que sin duda parecerá cada día que es un cúmulo de errores, de los que, siquiera sea como cómplices, de algún modo somos muchos responsables. Tengo conocidos que aseguran que esos son los mimbres que hay y con ellos es como cabe hacer el cesto. Hago los cestos y todos me salen deformes. Tal vez, me digo, no me haya aplicado bastante en la artesanía del cesto y ahí esté la clave.
Vuelvo a mis libros, los amigos más pacientes –algunos, también como los amigos, insoportables-, pero ¿qué mérito tendría ser su amigo si no los aceptásemos como son, de una pieza, vicios y virtudes incluidos?
Consuela mi irritación suponer que es cierto que Dios escribe derecho con renglones torcidos, aforismo que coincide con la justicia incomprensible de la parábola de la viña y sus trabajadores, todos los cuales merecieron el mismo salario cualquiera que fuese la hora a que hubieran empezado a trabajar.
Mi conclusión de hoy, a la puerta de la esperanza de la Nochebuena, es que el mundo es como es y hay que vivir la peregrinación sin más que tratar de aplicar reglas de buena fe a lo que sin duda parecerá cada día que es un cúmulo de errores, de los que, siquiera sea como cómplices, de algún modo somos muchos responsables. Tengo conocidos que aseguran que esos son los mimbres que hay y con ellos es como cabe hacer el cesto. Hago los cestos y todos me salen deformes. Tal vez, me digo, no me haya aplicado bastante en la artesanía del cesto y ahí esté la clave.
Vuelvo a mis libros, los amigos más pacientes –algunos, también como los amigos, insoportables-, pero ¿qué mérito tendría ser su amigo si no los aceptásemos como son, de una pieza, vicios y virtudes incluidos?
sábado, 19 de diciembre de 2009
Pasa como rozando la Navidad sobre la tierra cubierta de nieve, la naturaleza que descansa, la niebla perezosa, azulada, que se apoya en la piel del río. Pasa la Navidad sonando las campanillas y los cascabeles, los altavoces de los pueblos perdidos, semivacíos y los grandes altavoces de los grandes almacenes de la ciudad, hirviente de gentes y de palabras. Cierto que hay casi cinco millones de parados, pero también hay más de veinte millones de gente que trabaja y le han dicho que todo está a punto de arreglarse. Es una mentira o un error, pero la hermosa gente quiere creérselo y nada ni nadie puede impedir que se lo crea con entusiasmo. Hay la gente que sabe que el futuro hay que trabajarlo con ahínco y la multitud que piensa que las cosas se arreglan solas y habrá siempre unos ellos misteriosos y desconocidos que propondrán y conseguirán los remedios sin dar palo en el agua. En medio, los que mi viejo profesor de Derecho Mercantil describía, hablando de las quiebras y los concursos de acreedores, como los más listos y más vivaces, se aprovechan del río revuelto para incrementar sus habituales ganancias, y asimismo en medio los habilidosos orfebres del poder, haciendo lo que les da la real gana y colocando marionetas de hilo o de guante, en cualquier caso dóciles marionetas, para dar la impresión de que todos queremos lo que ellos quieren. Se advierte que estamos en el hervoroso torbellino de un principio de tiempos, el umbral de una época, la puerta de una era diferente, cada cual tratando de aportar, de buena o mala fe, su colaboración o su astucia, para medrar o para permanecer, según. El mundo está cambiando y el apasionante proceso nos deja boquiabiertos sobre todo a los más viejos, que, de pronto, disponemos, a falta de ambición porque el futuro ya no puede ser nuestro, de un extraordinario laboratorio, un tremendo escenario donde la historia se vuelve a contar, resumida, sintetizada, apresurada, pero compleja y completa también, y nos resultan explicables multitud de cosas que no habíamos entendido todavía. La humanidad, de repente, se me hace más entrañable.
jueves, 17 de diciembre de 2009
Querida compañera, querida amiga: me han dicho de tu llamada. Gracias por leer alguna vez estas mis digresiones. Estuve fuera, pasé, ayer, cerca de tu pueblo, estuvo a punto de convertirme la nieve es un moderno Robinsón, con el termómetro bajo cero y la nieve cayendo implacable sobre el parabrisas y helándose, nada más caer, de modo tal que sólo se adivinaba la carretera, más allá de un carámbano apenas translúcido. Es curioso, cuando apenas ves por donde vas, lo que te duele por el esfuerzo no son los ojos, sino el tenso cogote. Justo castigo por este ir y venir incluso en tiempo de adviento, casi Navidad, que un Niño, como sabes, ha nacido dicen que en Belén, y ahora que me doy cuenta os deseo lo mejor, a toda esa querida familia, durante la Pascua y después de la Pascua, en el Año Nueve y siempre. Tenía yo una amiga que por este tiempo deseaba a los suyos que la felicidad, como un súbito chubasco, los sorprendiera en un páramo, sin impermeable ni paraguas.
Se puso a nevar de pronto, lo más gordo entre Benavente y el túnel del Negrón, que culebrea por debajo de las inmediaciones del puerto de Pajares. En la Capital, por entre el frío súbito de las tarascadas que ahora entran por el Mediterráneo en vez de hacerlo, como era antes debido y lógico, por el Cantábrico, gente y más gente pontificando respecto de si la crisis va a llegar a ser o no devastadora y va a durar o no, más o menos de lo previsible. Nadie en realidad sabe nada de este asunto. Es una situación nueva y hay quien confía en el tiempo o en la suerte para que todo pase como si nada hubiera ocurrido, pero hay algo que está ocurriendo, estamos sin la menor duda, cambiando de era, pasando de la época actual, que había sustituido a la edad moderna, al umbral del futuro. Y el cambio nos ha cogido por sorpresa, como te llega un día la vejez o más sencilla y habitualmente el del examen que parecía estar en las antípodas, pero ya se sabe, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague –de una u otra manera, aunque ahora tantas dinerarias se vayan a quedar sin abono-, ni mal que cien años dure, ni hay enfermo que lo aguante.
Contrasta dolorosamente el de bote en bote de los chiringuitos y restaurantes donde se celebra de modo masivo la inminencia de la Navidad, con la penuria de los sin techo que adivinas, más que ves, sobre todo si no miras o no quieres ver, en cuanto te decides a caminar un poco por una peatonal o las cifras de paro, que crecen inexorables. Me impresionó advertir que en los grandes almacenes proverbiales hay menos empleados, tardan en atenderte, se les advierte temerosos, te hablan de prejubilaciones y planes de descansos alternativos. Es como si un clima de temor pasara sobre la caravana social, como una vaga brisa que huele a visita de los cuatreros. Por lo demás, cuando te haces mayor, el cansancio crece contigo, en este caso conmigo, y, de un empellón, me empuja en la butaca, “gracias, Señor, la casa está encendida”, donde, casi ipso facto, me arropa el sueño.
Se puso a nevar de pronto, lo más gordo entre Benavente y el túnel del Negrón, que culebrea por debajo de las inmediaciones del puerto de Pajares. En la Capital, por entre el frío súbito de las tarascadas que ahora entran por el Mediterráneo en vez de hacerlo, como era antes debido y lógico, por el Cantábrico, gente y más gente pontificando respecto de si la crisis va a llegar a ser o no devastadora y va a durar o no, más o menos de lo previsible. Nadie en realidad sabe nada de este asunto. Es una situación nueva y hay quien confía en el tiempo o en la suerte para que todo pase como si nada hubiera ocurrido, pero hay algo que está ocurriendo, estamos sin la menor duda, cambiando de era, pasando de la época actual, que había sustituido a la edad moderna, al umbral del futuro. Y el cambio nos ha cogido por sorpresa, como te llega un día la vejez o más sencilla y habitualmente el del examen que parecía estar en las antípodas, pero ya se sabe, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague –de una u otra manera, aunque ahora tantas dinerarias se vayan a quedar sin abono-, ni mal que cien años dure, ni hay enfermo que lo aguante.
Contrasta dolorosamente el de bote en bote de los chiringuitos y restaurantes donde se celebra de modo masivo la inminencia de la Navidad, con la penuria de los sin techo que adivinas, más que ves, sobre todo si no miras o no quieres ver, en cuanto te decides a caminar un poco por una peatonal o las cifras de paro, que crecen inexorables. Me impresionó advertir que en los grandes almacenes proverbiales hay menos empleados, tardan en atenderte, se les advierte temerosos, te hablan de prejubilaciones y planes de descansos alternativos. Es como si un clima de temor pasara sobre la caravana social, como una vaga brisa que huele a visita de los cuatreros. Por lo demás, cuando te haces mayor, el cansancio crece contigo, en este caso conmigo, y, de un empellón, me empuja en la butaca, “gracias, Señor, la casa está encendida”, donde, casi ipso facto, me arropa el sueño.
martes, 15 de diciembre de 2009
Me han puesto mis descendientes de caganet en el anaquel de enfrente. Me dejan, aunque sólo sea simbólica, figurativamente, para durante toda la Pascua por lo menos, con el culo al aire, otro supuesto de importación de costumbre exótica, pero que me gusta y no me pasa como al señor cura que considera reprobable que cuelguen papanoeles de las ventanas del lugar. Cualquier símbolo de alegría, generosa largueza, alborozo, es bueno para festejar la Navidad, que Cristo ha nacido para todos y bueno es que cada cual lo festeje como le de la gana, que lo importante es festejarlo y si se van mezclando señales de alegría pues mira qué bien y mejor si te traen regalos a pie de abeto, te los acerca Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás y por añadidura te los meten en el calcetín o los dejan en los zapatos toda la inmensa multitud de los Reyes Magos, que son tres por lo menos, y uno negro, que, como los inmigrantes, ya venían entonces turistas y reyes de todos los colores y razas, bienvenidos todos a la alegría de la Navidad, que, como decía uno de mis mejores amigos, “un Niño nos ha nacido” y con El recuperamos la ilusionada esperanza de la Pascua. Ahí está, mi figurita, vera efigie despelotada de cintura para abajo y en cuclillas, a media faena, se supone, con parte del producto ya depuesto, y he de reconocer que el artista me ha modelado con tan singular y desvergonzado acierto, que la miro y siento frío en las posaderas, afortunadamente en la realidad bien cubiertas, protegidas y recatadas, como cumple al decoro y respeto que a un venerable como yo merece la “hermosa gente” del entorno, que los más próximos, miran la reproducción y se desternillan, los muy desvergonzados.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Cierra la ventana del miedo
que ha llegado la noche y es casi invierno,
cierra,
madre,
y déjame apoyar
en tu seno
frío de soledades,
me arrepiento
de no haberte dicho,
una y otra vez, cada día,
te quiero,
cierra la ventana,
deja que llore en tu regazo
toda la ingratitud de mi silencio
aunque ya sea inútil,
se hayan secado tus ojos
y hayas muerto.
que ha llegado la noche y es casi invierno,
cierra,
madre,
y déjame apoyar
en tu seno
frío de soledades,
me arrepiento
de no haberte dicho,
una y otra vez, cada día,
te quiero,
cierra la ventana,
deja que llore en tu regazo
toda la ingratitud de mi silencio
aunque ya sea inútil,
se hayan secado tus ojos
y hayas muerto.
La fuerza es un privilegio innato de los fuertes. No pueden remediar. Se advierte más que son fuertes en los que lo son físicamente. Los otros, los listos, como corresponde a su condición, disimulan mejor y se cuelan en el puente de mando incluso en ocasiones por medio de terceros, hombres de paja, figurones y figurillas que no ponen más que la cara y la voz. Al fuerte que reparte leña, se le ve venir de lejos, da casi siempre tiempo a ponerse a salvo, pero al otro no, a ese no se suele notar cómo se acerca ni a qué viene y cuando te vas a dar cuenta lo tienes instalado y mandando, que es con lo que él disfruta, como los toreros cuando encuentran toro dócil que se adapta al engaño y les permite adornarse, además de gobernar el espectáculo mientras el bandín de la plaza toca desmañada, pero vibrante, un pasodoble. El pasodoble y el octosílabo son dos herramientas que encandilan a la mayoría del personal, que lo que le sigue gustando, desde la antigua Roma, es el panem y los circenses que repartía a destajo el emperador para mantenernos entretenidos, inermes y bien mandados a nosotros, la “hermosa gente” –decía Saroyan-, de a pie, los sufridos contribuyentes, capaces siempre de sufrir y soportar con la entereza de una semisonrisa, una vuelta de tuerca de encarecimiento de la vida en provecho de los que saben adornarlo con guirnaldas, luces y buenas palabras, y si no ya veréis, ahora mismo, en esta pausa de Navidad, que es una fiesta paradójicamente llena de tristezas, un cantar el futuro con acento de nostalgia, y, a la vez, el terrorífico y devastador huracán del consumo compulsivo, que, no sabemos por qué, nos trae a la aglomeración en busca de quisicosas, abalorios, prodigios electrónicos, alardes motorizados y cámaras oscuras llenas de posibilidades automáticas, digitales, virtuales. Si tienes tiempo, amigo, párate en la calle uno de estos días de Pascua, mira a tu alrededor, contempla el ademán, la expresión de los que pasan cargados de paquetes y mirando a su alrededor por si se les ha escapado algún escaparate, y el aire de cansada paciencia del tercer mundo que nos rodea casi invisible, con la mano extendida o en silencio, tocando una armónica, un violín o, en grupo, una a veces conmovedora melodía. Es Navidad. Hay quien la adora y quien la denuesta, quien dice que es pura espiritualidad y quien la moteja de escándalo consumista. Sigue siendo Navidad, y entre todos la hemos hecho así. A mí me conmueve.
domingo, 13 de diciembre de 2009
Recorto de las revistas ilustradas que ahora vienen con los periódicos dominicales fotografías y dibujos, que pego después en las libretas en que apunto lo que me llama la atención o se me ocurre sobre las cosas que pasan. Recorto un silencio de atardecida otoñal con ribetes de invierno y lo pongo alrededor, mientras escribo. Ahora voy siguiendo, a medias distraído, a medias atento, las incontables páginas de los dos tomos de gramática, Gramática Española, que han publicado las academias de la lengua de la hispanidad. Acoge todos los antes vicios de dicción de los derivados del castellano de América, que unos le llaman latina y otros hispánica y digo yo que será según y la latina en realidad lo que es Ibérica, o española o portuguesa, salvo al norte, donde anglosajones y franceses dejaron sus respectivos sellos, además de en las Guayanas y alguna isla. Así, el castellano se hace más rico, mientras en España le vuelven la espalda algunas autonomías, antes regiones o comarcas o taifas o tribus, que pretenden deshacer la gavilla española y diferenciarse. No acierto a comprender el afán de diferenciarse, salvo mediante la triste explicación de que como los bienes de todas clases, morales o materiales, aparentan ser tan escasos –en realidad habría para todos, si no se empeñasen tantos en acaparar-, lo que se intenta por algunos, demasiados tal vez, es primero diferenciarse y luego privilegiarse, que ninguno que yo conozca ha tratado nunca de separarse del grupo mayor para ser más pobre o más infeliz o tener que trabajar más o para disponer de menos. En el fondo es el mismo erróneo y peligroso razonamiento que conduce a crueldades como las del siglo XX: prescindamos de los que por una u otra razón molestan, pesan, necesitan o contradicen, aislémoslos, exterminémoslos y seremos felices. Yo creo en la moral natural, como creo en el derecho natural, que son cosas que están en la naturaleza esencial del ser humano, procedente y destinado al amor, y, por ello, esencialmente provisto de las herramientas indispensables para realizar, vivir, liberarse en un clima de amor de que es posible apartarse, desde luego, pero con catastróficas consecuencias de deshumanización. Quien prescindo del amor como razón última o hace mal uso de las herramientas previstas para ejercerlo, se convierte en una criatura inhumana, por exceso o por defecto si queréis, pero reducida a tan violento anhelo de regresar a su esencia que para intentar lograrlo puede llegar a comete y la historia de la humanidad empíricamente lo acredita, los más desesperados, hasta horribles e inhumanos actos y esfuerzos.
sábado, 12 de diciembre de 2009
Salían, los domingos, los niños por delante, el matrimonio un poco detras, circunspectos marido y mujer, los niños, si varios, alborotados, parándose en los escaparates a comentar, y, en esta época, a escoger para la carta de Reyes. ¿Por qué no pedir a los Reyes, cuando no había carbón, un saco del que suelen traer para los niños malos? Aliviaría, tras de tanta guerra, tanta angustia, tanta necesidad, por lo menos un gasto. Salían a misa mayor, y luego a pasear, camino de casa, salvo los medio ricachos, que se quedaban a tomar un vermú con patatitas fritas, aceitunas rellenas de anchoas y mirar pasar a los otros. Ya no hay domingos de paseo de tarde, después de la siesta, otra vez los más ricachos a pararse en la cafetería, a tomar un te o café mediano con pastas, camino del cine que nos llevó durante tanto tiempo a otros mundos al parecer inalcanzables, donde sobraba de todo y seguía la gente viviendo como si no hubiese habido guerra, que en seguida hubo otra y nadie sabe cómo, las calles de los domingos se quedaron vacías y ya no hubo más salones de te ni cafeterías donde sentarse a pasar el rato con la familia. Parte culpa de la semana inglesa, parte de la televisión, parte de que todo cambia y las costumbres se convierten en recuerdos, cuando el futuro las arrolla hacia tiempos mejores. Pero los escaparates siguen llenos de juguetes, otros juguetes, en esta época, y los niños, a cualquier hora que pasen, siguen aplastando la nariz contra el cristal , y había una ayer, como de siete años, que le decía a su hermana más pequeña que había que pedir ahora, aunque fuese en secreto, sin que se enterasen papá y mamá, que dicen que no hay dinero, y así lo pagan los reyes y tendremos … Hace un hermoso sol, vaga por entre hilachas de nube y corre un aire frescacho muy de acuerdo con el tiempo de Navidad inminente. A lo lejos, me vuelvo y las miro, las dos niñas siguen, con la nariz apretada contra el cristal del escaparate, haciendo su propio plan de economía sostenible.
viernes, 11 de diciembre de 2009
Le llamo mi cauce de sueños. Es como un apostadero de caza menor, mirando el cielo, unas veces encapotado, otras hilachas de nube, cuando se tercia, azul. Cuando azul puede ser profundo, oscuro, casi marino o marinero o pálido, cansado, de fin de verano. Pasan palabras, como espuma del viento, pero sólo a veces construyen frases claramente audibles, versos de un poema, que intento atrapar y suele escapárseme porque apenas da tiempo a tomar unas notas garrapateadas, cuando ya pasa la estrofa siguiente y entre que traduzco, apunto, me estremece el mensaje y logro casi escribirlo suelo hacerme un lío de telarañas. Los versos están escritos con hilo de telaraña. Dicen maravillas de los lugares por donde pasó el viento, altas cumbres jamás holladas, valles desconocidos aún, territorios de entrerríos y selvas oscuras, por entre cuyas lianas colgantes o no se atreve o no logra meter los dedos el sol. Los vientos, por cierto, ni siquiera lo más humildes, necesitan pasaportes ni visados, por eso recorren tantos países y saben tantas leyendas, algunas jamás contadas, por más que haya quien opine que todo está dicho. No hay casi nada dicho. El mundo se hace cada día, aunque cada día sea el único de la creación, ante la mirada del buen padre Dios, para quien todo ha ocurrido ya, incluso lo que va a ocurrir. Por eso, cada día, todo es nuevo y viejo a la vez, como el agua del río, que el viejo Heráclito observó, pero tuvo que ser con los ojos del alma, que cada día era un agua diferente y tal vez por lo tanto otro río, pero yo vuelvo a meter la mano bajo la piel del agua y es la misma sensación estremecedora de estar en parte dentro de otro ser vivo y es como si el río me conociese y amara con la caricia húmeda, fresca, de su agua sin duda viva, salvo en el remanso, donde se pudre y en parte muere, espesa de recuerdos de reflejos. ¿Recuerda esta agua a Narciso? ¿Recuerda a los unicornios?. Cierto. Puede que no hayan existido, pero ¿y si el agua del remanso, esa mermelada oscura, fraguada con hojas secas y brisas moribundas que la sombra acoge con una nana interminable los recuerda?
Leo en alguna parte que una galaxia ha chocado sabe Dios cuándo con otra y ahora lo han visto los telescopios increíbles de la época y nos cuentan que junto a un agujero negro que se estaba comiendo a una galaxia, ha llegado otra y chocan ambas y seguro que en alguna parte se produce otro fenómeno parecido, pero de sentido contrario, para equilibrar la maravilla del universo, en el fondo de todo, materia y energía que bailan la danza de la vida y la muerte en que consiste nuestra misteriosa zarabanda. Grandes cantidades de ambas cosas, materia y energía, se habrán convulsionado con motivo de motivo de este hecho que el telescopio nos acaba de transmitir con un sobrecogedor silencio, reduciendo el inmenso acontecimiento a simple espectáculo de que sólo nos separa la distancia. Y seguro que de algún modo, éste, como cualquier otro acontecimiento que ocurra en la creación, de algún modo nos incumbe y afecta, aunque no sepamos cómo ni cuándo lo habrá hecho o estará punto de hacer. Somos una curiosa especie, la humana, capaz de entender que todo el universo está interrelacionado, pero también de enfrascarnos en las cosas que nos rodean o que sencillamente están más próximas. Y es que somos, a la vez, nuestra infinitesimal persona, diferenciada y única, y parte de un todo de dimensiones inmensas.
A menudo, los hechos se manejan por cada espectador, si conviene, como conviene a sus particulares intereses o a los de la banda de que forma parte. Un curioso ejercicio, puede ser, cada mañana, con el periódico todavía oliendo a tinta reciente y manchándome los dedos, hacer un examen critico de las diferentes interpretaciones que podrían hacerse de cada opinión crítica de cada comentarista que expone la suya en las columnas de la publicación de que se trate. Algunas son tan evidentemente disparatadas que llego a la personal convicción de que de manera deliberada y con todas las consecuentes agravantes, el comentarista de propone equivocar a sus lectores, deslumbrados por la confianza que tienen puesta en él. Hay lectores así. Con su miedo a la libertad a cuestas y una escasa información complementaria, apoyan la confianza en otros, a veces indignos de ella y así colaboran a que el error, como una hierba mala, prolifere y oculte síntomas de lo que convendría precaver para evitar males mayores. Cualquier banalidad o cualquier disparate, convenientemente adornado, puede engañar y desviar la atención respecto del meollo de una cuestión embarazosa para alguien. Y que eso ocurra, suele ser malo para todos los implicados. Vivimos un peligroso tiempo en que hasta se adiestra a los manipuladores de cerebros para establecer verdades provisionales, peores que mentiras, que van generando peligrosos caparazones de escepticismo en los que las sufrimos y nos desencantamos una y otra vez.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Tal vez, entre las burbujas de este peculiar otoño del penúltimo año de la primera decena del siglo, la peor noticia que se haya deslizado, más allá de la preocupación creciente por el inusual comportamiento de las temperaturas y los meteoros, que al parecer están desgarrándoles a los polos sus trajes blancos, sea la de esa rebaja en la confianza de que nuestro gobierno sea capaz de pagar puntualmente su deuda. A la bolsa casi le da un soponcio y los bancos sintieron reblandecerse sus cimientos, cuando todavía estaban convalecientes del primer empujón de la crisis, que la impresión que a mí me da, anda, como la falsa moneda, de mano en va, como una patata caliente que nadie quiere quedarse ni apuntar como pérdida en la suya de resultados.
Es la penitencia del administrador aventurero, que juega con el dinero de sus administrados y corre el riesgo de que no llegue a tiempo la ganancia en que confiaba para tapar el agujero de su pasivo.
Mala noticia cuando se están cerrando los ejercicios y los consejeros se están ya abrochando el abrigo para irse a comer el pavo de Navidad, o el besugo, o ambos y había hasta quien había entrevisto la luz del final del túnel, pero me temo que más que luz era el reflejo de un espejismo y seguirá siendo cierto que hasta el rabo es todo toro y nadie sabe, con la oscuridad en que nos va dejando la emisión de tanto CO2 de palabrería, si al dar el paso que viene, encontrará el pie sólido, líquido o gaseoso en que apoyar.
El hombro, es lo que hay que apoyar, pero se echan de menos ideas que arrastren e iniciativas que empujen, y el secreto está, en mi modesta opinión, en que cada vez hay menos gente que se fíe de la otra y más artimañas para sacarle al que lo tiene el dinero, dándole a cambio abalorios.
Tal vez tengamos que pagar, nuestra sociedad en su conjunto, las mentiras prodigadas a troche y moche con la esperanza de que el tiempo arreglase la mayoría de unos problemas que exigen constancia y paciencia, y, desde luego, habernos gastado por adelantado lo que aún tardará en producirse, con el riesgo de que no se produzca en todo o en parte y esté Shylock con el cuchillo a punto para cobrarse en especie como Shakespeare contaba. Personalmente, me asusta ese refrán que dice que no hay deuda que no se pague. Alguien, pienso, perdonará algo a alguien. Tal vez ahí esté el arranque de la recuperación.
Es la penitencia del administrador aventurero, que juega con el dinero de sus administrados y corre el riesgo de que no llegue a tiempo la ganancia en que confiaba para tapar el agujero de su pasivo.
Mala noticia cuando se están cerrando los ejercicios y los consejeros se están ya abrochando el abrigo para irse a comer el pavo de Navidad, o el besugo, o ambos y había hasta quien había entrevisto la luz del final del túnel, pero me temo que más que luz era el reflejo de un espejismo y seguirá siendo cierto que hasta el rabo es todo toro y nadie sabe, con la oscuridad en que nos va dejando la emisión de tanto CO2 de palabrería, si al dar el paso que viene, encontrará el pie sólido, líquido o gaseoso en que apoyar.
El hombro, es lo que hay que apoyar, pero se echan de menos ideas que arrastren e iniciativas que empujen, y el secreto está, en mi modesta opinión, en que cada vez hay menos gente que se fíe de la otra y más artimañas para sacarle al que lo tiene el dinero, dándole a cambio abalorios.
Tal vez tengamos que pagar, nuestra sociedad en su conjunto, las mentiras prodigadas a troche y moche con la esperanza de que el tiempo arreglase la mayoría de unos problemas que exigen constancia y paciencia, y, desde luego, habernos gastado por adelantado lo que aún tardará en producirse, con el riesgo de que no se produzca en todo o en parte y esté Shylock con el cuchillo a punto para cobrarse en especie como Shakespeare contaba. Personalmente, me asusta ese refrán que dice que no hay deuda que no se pague. Alguien, pienso, perdonará algo a alguien. Tal vez ahí esté el arranque de la recuperación.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Pasan los tercios viejos, calle abajo, ceñudos
de viejos
cansancios,
los lansquenetes del saco de Roma
y, en medio,
el Emperador,
rodeado de edecanes,
capitanes
y la horda interminable de los pelafustanes
que van
siempre
alrededor de los reyes, de los emperadores,
de los presidentes y de los papas de Roma
los altos y los bajos dignatarios
los generales en jefe, los tiranos y los altos
comisarios,
pendientes
de las migas de poder que se les caen y van perdiendo,
las infinitesimales partículas
en que sin cesar se desmiga
la gloria de este mundo.
-¿Quién y qué eres tú,
me preguntan,
ferozmente
cejijuntos, amenazadores.
Y yo, envalentonado, soy Román, no he nacido
Todavía. Me defiende
de vuestra ira, el tiempo que falta por pasar, el inmenso río
que no podréis
atravesar.
Y m dispararon sus arcabuces, trataron
de clavarme sus picas sangrientas. Sacaron sus relucientes espadas
de Toledo
y tuvieron que guardarlas sin honor
porque yo aún no estaba
y ellos, aunque siguen pasando, desfilan
en mi libro amarillento de Historia de España
están
todos
tan muertos
como el Imperio aquél …
de viejos
cansancios,
los lansquenetes del saco de Roma
y, en medio,
el Emperador,
rodeado de edecanes,
capitanes
y la horda interminable de los pelafustanes
que van
siempre
alrededor de los reyes, de los emperadores,
de los presidentes y de los papas de Roma
los altos y los bajos dignatarios
los generales en jefe, los tiranos y los altos
comisarios,
pendientes
de las migas de poder que se les caen y van perdiendo,
las infinitesimales partículas
en que sin cesar se desmiga
la gloria de este mundo.
-¿Quién y qué eres tú,
me preguntan,
ferozmente
cejijuntos, amenazadores.
Y yo, envalentonado, soy Román, no he nacido
Todavía. Me defiende
de vuestra ira, el tiempo que falta por pasar, el inmenso río
que no podréis
atravesar.
Y m dispararon sus arcabuces, trataron
de clavarme sus picas sangrientas. Sacaron sus relucientes espadas
de Toledo
y tuvieron que guardarlas sin honor
porque yo aún no estaba
y ellos, aunque siguen pasando, desfilan
en mi libro amarillento de Historia de España
están
todos
tan muertos
como el Imperio aquél …
domingo, 6 de diciembre de 2009
No comprendo por qué
nos asusta la eternidad tanto,
si procedemos de su anverso,
de su sombra inmensa,
que es la nada,
donde podríamos haber seguido
sin el milagro de aquel acto de amor,
que no supimos
siquiera
que se estaba celebrando
precisamente aquí,
entre el abrir y cerrar de ojos
que representa el breve privilegio
de haber vivido, contemplado
la variedad del universo,
probable consecuencia
de otro inconmensurable acto de amor,
que permanece incomprensible
para nosotros.
nos asusta la eternidad tanto,
si procedemos de su anverso,
de su sombra inmensa,
que es la nada,
donde podríamos haber seguido
sin el milagro de aquel acto de amor,
que no supimos
siquiera
que se estaba celebrando
precisamente aquí,
entre el abrir y cerrar de ojos
que representa el breve privilegio
de haber vivido, contemplado
la variedad del universo,
probable consecuencia
de otro inconmensurable acto de amor,
que permanece incomprensible
para nosotros.
Propongamos –dicen en su cuartel los responsables del partido- una ley. Y todos a una, obedientes a la voz que lidera, se estrujan el magín y rebuscan qué ley podría hacer felices a más gentes.
La “hermosa gente” –como nos llama Saroyan, ignara de lo que se prepara, cuece y le viene encima. Una nueva norma. Un plano nuevo, con un aspa señalando el lugar y la traza del camino que conduce al sitio de la felicidad.
Ya los indios más sabios reconducían a los conquistadores, soñadores impenitentes de hermosos sueños, hacia El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud para entretenerlos, alejarlos, perderlos en las selvas sin caminos del mundo todavía no inventado ni inventariado de más allá de la mar de los horrores. Ahora es igual. Hay que entretener al personal, alejarlo del ombligo de la cuestión, llevárselo, como se llevó el flautista a los niños de Hammelin, a encima de la nube misteriosa, a más allá de la niebla en que acaba, sin más Arturo Gordon Pym.
Una ley para esto, otra para aquello. Las leyes pasan desapercibidas. La gente, hermosa o no, sólo lee por obligación o por dedicación los periódicos oficiales en que se publican, a veces imbricadas, escondidas, imprevisibles, normas que tuve un profesor que llamaba “ratoneras”, porque se mueven al hilo de los zócalos y hay siempre un estudioso que las encuentra y te las estrella en la cara, a lo largo de un laboriosos proceso, como se tiraban tartas los de las películas de cuando todos éramos tan inocentes y nos reíamos como locos.
Y es así como solemos enterarnos de que alguno de los numerosos cuerpos legislativos que pululan en el novísimo territorio de las modernas taifas, ha parido, como los montes, otro ratón. Y van tantos, que es difícil moverse sin pisar alguno y tener que responsabilizarnos de los daños. Prohibido fumar. Prohibido pescar. Prohibido pasar. Prohibido esto, aquello y lo de más allá. Lejos, en el último vagón de tercera de la memoria, el vigoroso grito: ¡prohibido prohibir! del graffiti libertario.
La “hermosa gente” –como nos llama Saroyan, ignara de lo que se prepara, cuece y le viene encima. Una nueva norma. Un plano nuevo, con un aspa señalando el lugar y la traza del camino que conduce al sitio de la felicidad.
Ya los indios más sabios reconducían a los conquistadores, soñadores impenitentes de hermosos sueños, hacia El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud para entretenerlos, alejarlos, perderlos en las selvas sin caminos del mundo todavía no inventado ni inventariado de más allá de la mar de los horrores. Ahora es igual. Hay que entretener al personal, alejarlo del ombligo de la cuestión, llevárselo, como se llevó el flautista a los niños de Hammelin, a encima de la nube misteriosa, a más allá de la niebla en que acaba, sin más Arturo Gordon Pym.
Una ley para esto, otra para aquello. Las leyes pasan desapercibidas. La gente, hermosa o no, sólo lee por obligación o por dedicación los periódicos oficiales en que se publican, a veces imbricadas, escondidas, imprevisibles, normas que tuve un profesor que llamaba “ratoneras”, porque se mueven al hilo de los zócalos y hay siempre un estudioso que las encuentra y te las estrella en la cara, a lo largo de un laboriosos proceso, como se tiraban tartas los de las películas de cuando todos éramos tan inocentes y nos reíamos como locos.
Y es así como solemos enterarnos de que alguno de los numerosos cuerpos legislativos que pululan en el novísimo territorio de las modernas taifas, ha parido, como los montes, otro ratón. Y van tantos, que es difícil moverse sin pisar alguno y tener que responsabilizarnos de los daños. Prohibido fumar. Prohibido pescar. Prohibido pasar. Prohibido esto, aquello y lo de más allá. Lejos, en el último vagón de tercera de la memoria, el vigoroso grito: ¡prohibido prohibir! del graffiti libertario.
sábado, 5 de diciembre de 2009
Estás solo
cuando no tienes nadie a quien
dar
no sé qué, tal vez esa palabra
que te quema en la boca,
la mano, para sentir su mano
agradecida o no, eso qué más da,
si a ti, cuando te entregas,
te queda el manantial, recién alumbrado, de la alegría.
Estás solo cuando te rechazan
y no tienes nada,
ni nadie
por quien morir para que la vida
continúe.
Estás solo cuando no importa lo que digas,
las palabras se vuelvan al aire,
puesto que aire son,
cuando las digas.
Estarías,
entonces,
solo,
si no existiera el buen padre Dios,
y aún,
a pesar de todo,
hay quien se atreve a negar que está
ahí, con su infinita paciencia
goteando sobre la carne
viva
del
alma.
cuando no tienes nadie a quien
dar
no sé qué, tal vez esa palabra
que te quema en la boca,
la mano, para sentir su mano
agradecida o no, eso qué más da,
si a ti, cuando te entregas,
te queda el manantial, recién alumbrado, de la alegría.
Estás solo cuando te rechazan
y no tienes nada,
ni nadie
por quien morir para que la vida
continúe.
Estás solo cuando no importa lo que digas,
las palabras se vuelvan al aire,
puesto que aire son,
cuando las digas.
Estarías,
entonces,
solo,
si no existiera el buen padre Dios,
y aún,
a pesar de todo,
hay quien se atreve a negar que está
ahí, con su infinita paciencia
goteando sobre la carne
viva
del
alma.
viernes, 4 de diciembre de 2009
Me pregunto
si habrá hecho alguien
en alguna ocasión
lo que no hizo nunca
con entusiasmo.
Estaré solo,
entre todos,
mientras no sienta, al tocarme,
su cuerpo
sin que me toquen.
No habré dicho nada
hasta que haya dicho todo lo que debía
cuando estuve callado y llorabas.
Recuerdo haber llorado luego,
cuando ya no había remedio.
Quizá el infierno sea
cuando todo ya sea irremediable, todo
pasado, sin memoria,
el inexorable recuerdo
de nuestros fracasos.
si habrá hecho alguien
en alguna ocasión
lo que no hizo nunca
con entusiasmo.
Estaré solo,
entre todos,
mientras no sienta, al tocarme,
su cuerpo
sin que me toquen.
No habré dicho nada
hasta que haya dicho todo lo que debía
cuando estuve callado y llorabas.
Recuerdo haber llorado luego,
cuando ya no había remedio.
Quizá el infierno sea
cuando todo ya sea irremediable, todo
pasado, sin memoria,
el inexorable recuerdo
de nuestros fracasos.
Hay infinitos mundos
donde puedo
refugiarme todavía, huir
de la estupidez y de la barbarie.
No podéis
Llegar aún a mis secretos refugios, pero
se anuncian malos tiempos, hay quien dice
que dentro de muy poco
sabréis lo que estoy pensando.
Prefiero no vivir ese tiempo,
haber sentido,
para entonces,
la caricia cálida
de la voz de la muerte en el cuello
y así, cuando lleguéis
a pisotear mis cenizas y esparcirlas con vuestro vocerío
será como si yo no hubiera estado nunca,
pero sigo creyendo, que,
desde alguna parte
os podré dedicar una sonrisa
de despedida.
Luego, si queréis, olvidadme, ya estará dicho todo mi papel. -
donde puedo
refugiarme todavía, huir
de la estupidez y de la barbarie.
No podéis
Llegar aún a mis secretos refugios, pero
se anuncian malos tiempos, hay quien dice
que dentro de muy poco
sabréis lo que estoy pensando.
Prefiero no vivir ese tiempo,
haber sentido,
para entonces,
la caricia cálida
de la voz de la muerte en el cuello
y así, cuando lleguéis
a pisotear mis cenizas y esparcirlas con vuestro vocerío
será como si yo no hubiera estado nunca,
pero sigo creyendo, que,
desde alguna parte
os podré dedicar una sonrisa
de despedida.
Luego, si queréis, olvidadme, ya estará dicho todo mi papel. -
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Copio: “Después de hacer el amor solía pensar que cualquier mujer habría podido darle lo mismo.”… “Cuando amas a alguien te mueres por satisfacer todas y cada una de las necesidades de ese alguien, pero no puedes, ¿no es cierto?. Nadie puede. Sólo estamos en condiciones de dar lo que otra persona está dispuesta a aceptar.”
Sigo copiando: “Sabía, incluso mejor que ella misma, que no había modo de predecir, así como de comprender en profundidad, de qué eran capaces los seres humanos. Ante una tentación irresistible, todo se dejaba de lado: las sanciones morales y legales, la educación privilegiada y aún las creencias religiosas.”
Hay más: “El pasado no se puede cambiar y hemos de afrontarlo con honestidad y sin excusas para luego dejarlo de lado; obsesionarse con el sentimiento de culpa es un capricho destructivo. Dijo que el ser humano es sentirse culpable: soy culpable ergo soy.”
Estoy citando a una autora inglesa, P.D. James, y, pasmaos, en una novela policíaca editada en España, no sé si este mes o el pasado, por Ediciones B, que se llama “La Sala del Crimen”.
La primera cita –dejando aparte eso de “hacer” el amor, que me parece una expresión difícilmente tolerable- creo que contiene una implícita definición bastante exacta del amor, comparado sutilmente con lo que cualquiera puede ofrecer a cualquiera para satisfacer una necesidad más o menos perentoria, pero ¿superficial?.
La segunda nos deja ante un interrogante que invita a profundizar sobre eso de las posibles -¿o no?- “tentaciones irresistibles”, que parece se citan como excusa de la complejidad esencial humana y lo variopinto de sus consecuencias.
La tercera contiene un a mi juicio acertado consejo, procedente, creo, de San Pablo. Si me abruma un recuerdo evidentemente irreparable, me cabe en cambio y tal vez como remedio, tratar de remontar el vuelo con el pasado a cuestas, y podría ser posible que así pesara menos a la hora de tener que mantenerse vivo hasta el último suspiro.
Sigo copiando: “Sabía, incluso mejor que ella misma, que no había modo de predecir, así como de comprender en profundidad, de qué eran capaces los seres humanos. Ante una tentación irresistible, todo se dejaba de lado: las sanciones morales y legales, la educación privilegiada y aún las creencias religiosas.”
Hay más: “El pasado no se puede cambiar y hemos de afrontarlo con honestidad y sin excusas para luego dejarlo de lado; obsesionarse con el sentimiento de culpa es un capricho destructivo. Dijo que el ser humano es sentirse culpable: soy culpable ergo soy.”
Estoy citando a una autora inglesa, P.D. James, y, pasmaos, en una novela policíaca editada en España, no sé si este mes o el pasado, por Ediciones B, que se llama “La Sala del Crimen”.
La primera cita –dejando aparte eso de “hacer” el amor, que me parece una expresión difícilmente tolerable- creo que contiene una implícita definición bastante exacta del amor, comparado sutilmente con lo que cualquiera puede ofrecer a cualquiera para satisfacer una necesidad más o menos perentoria, pero ¿superficial?.
La segunda nos deja ante un interrogante que invita a profundizar sobre eso de las posibles -¿o no?- “tentaciones irresistibles”, que parece se citan como excusa de la complejidad esencial humana y lo variopinto de sus consecuencias.
La tercera contiene un a mi juicio acertado consejo, procedente, creo, de San Pablo. Si me abruma un recuerdo evidentemente irreparable, me cabe en cambio y tal vez como remedio, tratar de remontar el vuelo con el pasado a cuestas, y podría ser posible que así pesara menos a la hora de tener que mantenerse vivo hasta el último suspiro.
martes, 1 de diciembre de 2009
(Tu libertad ha de garantizar, mediante unas reglas que esencialmente la delimitan, la posibilidad de su coexistencia con mi libertad. Sólo así podremos compartirla.)
Me pregunto si se dan cuenta de que esos esfuerzos que hacen para arreglar pedazos de mundo son el tácito reconocimiento de la imposibilidad práctica de reunirse todos para tratar de lograr una especie de orden y concierto medianamente organizados del conjunto. Alguien tiene que haber dicho ya, puesto que casi todo se ha dicho ya antes, que las asambleas de un conjunto de muchos nunca sirven más que para desahogo verbal de algunos, que, proclamado que han sus principios, se desembarazan de ellos y dejan de sentirse vagamente responsables de no tenerlos en cuenta. Ya saben ustedes. El ya proverbial consejo inútil de que los demás hagan lo que les recomendamos, dejando así de seguir nuestro divergente ejemplo.
Me pregunto si se dan cuenta de que esos esfuerzos que hacen para arreglar pedazos de mundo son el tácito reconocimiento de la imposibilidad práctica de reunirse todos para tratar de lograr una especie de orden y concierto medianamente organizados del conjunto. Alguien tiene que haber dicho ya, puesto que casi todo se ha dicho ya antes, que las asambleas de un conjunto de muchos nunca sirven más que para desahogo verbal de algunos, que, proclamado que han sus principios, se desembarazan de ellos y dejan de sentirse vagamente responsables de no tenerlos en cuenta. Ya saben ustedes. El ya proverbial consejo inútil de que los demás hagan lo que les recomendamos, dejando así de seguir nuestro divergente ejemplo.
Un hombre puede converger o no con su tristeza, pero jamás podrá, mientras permanezca en este mundo, separarse de esa sombra que en algunas culturas no está permitido pisar, cuando van por una calle cualquiera, a su mujer, que, respetuosa, debe apartarse para guardar el protocolo. Cosa divertida, el protocolo. Y sin embargo parece que indispensable, dentro de ciertos límites, vestido de cortesía, urbanidad, modos. Cada vez hay menos modos en el trato de la gente y de su falta deriva como consecuencia este caótico, imprevisible modo de maltratarse recíprocamente. La falta urbanidad en el comportamiento suele desembocar en la ley del más fuerte, que esclaviza al más débil, que a su vez, aguza el ingenio para hacer la vida imposible a su amo y señor hasta que su sociedad humana menor: la familia, el matrimonio, la fraternidad, se hace añicos. El hombre –macho o hembra, ya que hablo del espécimen humano- converge con su tristeza, por lo menos a veces, por lo menos de manera ocasional, por casualidad. El hombre se emboza en su tristeza y no hay motín de Esquilache que lo pueda redimir, sino la alegría, que es como un amanecer y rebrota, inesperada, dejándonos desnudos al sol, inverecundos.
En seguida es cosa de seguir viviendo, la noche de invierno de la mano de PD James que ha escrito otra novela de su educadísimo victoriano comisario Dalgliesh que es poeta por añadidura y está enamorado de una de sus ayudantes pero sería horrible que se lo dijera porque jamás debe un policía inglés al menos decirle a una compañera que está enamorados inconcebible y se limitan a estarlo ella y él y él además porque el amor es así hay quien lo sostiene con posibilidad de simultáneas ama Adam que el comisario se llama Adam a una catedrática de Oxford con la que se cita una y otra vez pero siempre se interpone un cadáver y como consecuencia una investigación falta a la cita queda como un cochero ella vuelve a su cátedra en el primer tren que la autora especifica que es el de las dieciséis quince y cómo va a decirle así que la quiere y ella tampoco sabe si esto es amor porque el amor en cada modo de hacer y sentir de cada cultura está lleno de variedades y misteriosos ritos como esos bailes ceremoniales con que determinados animales se cortejan antes de proceder a eso tan divertido del apareamiento a que ahora llaman hacer el amor como si el amor se hiciera igual que manosea un alfarero el barro en su alfar.
En seguida es cosa de seguir viviendo, la noche de invierno de la mano de PD James que ha escrito otra novela de su educadísimo victoriano comisario Dalgliesh que es poeta por añadidura y está enamorado de una de sus ayudantes pero sería horrible que se lo dijera porque jamás debe un policía inglés al menos decirle a una compañera que está enamorados inconcebible y se limitan a estarlo ella y él y él además porque el amor es así hay quien lo sostiene con posibilidad de simultáneas ama Adam que el comisario se llama Adam a una catedrática de Oxford con la que se cita una y otra vez pero siempre se interpone un cadáver y como consecuencia una investigación falta a la cita queda como un cochero ella vuelve a su cátedra en el primer tren que la autora especifica que es el de las dieciséis quince y cómo va a decirle así que la quiere y ella tampoco sabe si esto es amor porque el amor en cada modo de hacer y sentir de cada cultura está lleno de variedades y misteriosos ritos como esos bailes ceremoniales con que determinados animales se cortejan antes de proceder a eso tan divertido del apareamiento a que ahora llaman hacer el amor como si el amor se hiciera igual que manosea un alfarero el barro en su alfar.
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