martes, 1 de diciembre de 2009

Un hombre puede converger o no con su tristeza, pero jamás podrá, mientras permanezca en este mundo, separarse de esa sombra que en algunas culturas no está permitido pisar, cuando van por una calle cualquiera, a su mujer, que, respetuosa, debe apartarse para guardar el protocolo. Cosa divertida, el protocolo. Y sin embargo parece que indispensable, dentro de ciertos límites, vestido de cortesía, urbanidad, modos. Cada vez hay menos modos en el trato de la gente y de su falta deriva como consecuencia este caótico, imprevisible modo de maltratarse recíprocamente. La falta urbanidad en el comportamiento suele desembocar en la ley del más fuerte, que esclaviza al más débil, que a su vez, aguza el ingenio para hacer la vida imposible a su amo y señor hasta que su sociedad humana menor: la familia, el matrimonio, la fraternidad, se hace añicos. El hombre –macho o hembra, ya que hablo del espécimen humano- converge con su tristeza, por lo menos a veces, por lo menos de manera ocasional, por casualidad. El hombre se emboza en su tristeza y no hay motín de Esquilache que lo pueda redimir, sino la alegría, que es como un amanecer y rebrota, inesperada, dejándonos desnudos al sol, inverecundos.

En seguida es cosa de seguir viviendo, la noche de invierno de la mano de PD James que ha escrito otra novela de su educadísimo victoriano comisario Dalgliesh que es poeta por añadidura y está enamorado de una de sus ayudantes pero sería horrible que se lo dijera porque jamás debe un policía inglés al menos decirle a una compañera que está enamorados inconcebible y se limitan a estarlo ella y él y él además porque el amor es así hay quien lo sostiene con posibilidad de simultáneas ama Adam que el comisario se llama Adam a una catedrática de Oxford con la que se cita una y otra vez pero siempre se interpone un cadáver y como consecuencia una investigación falta a la cita queda como un cochero ella vuelve a su cátedra en el primer tren que la autora especifica que es el de las dieciséis quince y cómo va a decirle así que la quiere y ella tampoco sabe si esto es amor porque el amor en cada modo de hacer y sentir de cada cultura está lleno de variedades y misteriosos ritos como esos bailes ceremoniales con que determinados animales se cortejan antes de proceder a eso tan divertido del apareamiento a que ahora llaman hacer el amor como si el amor se hiciera igual que manosea un alfarero el barro en su alfar.

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