lunes, 28 de diciembre de 2009

Vivir es irse muriendo,
por eso lloran
los niños, al nacer. Estaban
felices
en el limbo de su madre, aún sin pecado,
y la vida,
este señuelo,
los trajo al mundo, a veces con inmenso dolor.
Por eso lloran
los niños, nada más
haber echado un vistazo a los que les espera.
No saben, todavía,
que esto de nacer, en los tiempos que corren
es un privilegio,
que van a conocer la alegría y el dolor, esas dos singulares,
tremendas sensaciones,
van a compartir con el mismo Hijo de Dios el hecho
de nacer,
a tener la posibilidad de enamorarse, tocar,
estremecidos,
la tersura de otra piel amada, en carne viva. Cuando toco
a mi amada, ella siente
la caricia en carne viva
en su corazón.
Pero ese privilegio hermoso
hay que pagarlo en la terrible moneda de la incertidumbre
acerca del día,
de la hora,
del lugar,
y lo que es más tremendo
de lo inconcebible, que espera
del otro lado del espejo
en que al mirarse y conocerse, al fin, el hombre
llega a donde tenía que llegar
pues para eso ha nacido
y por eso
los niños,
al nacer,
lo primero que hacen es llorar amargamente.

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