miércoles, 23 de diciembre de 2009

Desde que el mundo lo es, habrá, supongo, ocurrido lo mismo, que unos sufren las consecuencias de actos y de conductas de que no parecen responsables y otros, que aparentan ser unos auténticos asquerosos, reciben lo que no parece corresponderles. Pro ¿quién soy yo para asegurar que unos sean tan buenos como parecen y otros tan impresentables como aparentan?.

Consuela mi irritación suponer que es cierto que Dios escribe derecho con renglones torcidos, aforismo que coincide con la justicia incomprensible de la parábola de la viña y sus trabajadores, todos los cuales merecieron el mismo salario cualquiera que fuese la hora a que hubieran empezado a trabajar.

Mi conclusión de hoy, a la puerta de la esperanza de la Nochebuena, es que el mundo es como es y hay que vivir la peregrinación sin más que tratar de aplicar reglas de buena fe a lo que sin duda parecerá cada día que es un cúmulo de errores, de los que, siquiera sea como cómplices, de algún modo somos muchos responsables. Tengo conocidos que aseguran que esos son los mimbres que hay y con ellos es como cabe hacer el cesto. Hago los cestos y todos me salen deformes. Tal vez, me digo, no me haya aplicado bastante en la artesanía del cesto y ahí esté la clave.

Vuelvo a mis libros, los amigos más pacientes –algunos, también como los amigos, insoportables-, pero ¿qué mérito tendría ser su amigo si no los aceptásemos como son, de una pieza, vicios y virtudes incluidos?

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