Copio: “Después de hacer el amor solía pensar que cualquier mujer habría podido darle lo mismo.”… “Cuando amas a alguien te mueres por satisfacer todas y cada una de las necesidades de ese alguien, pero no puedes, ¿no es cierto?. Nadie puede. Sólo estamos en condiciones de dar lo que otra persona está dispuesta a aceptar.”
Sigo copiando: “Sabía, incluso mejor que ella misma, que no había modo de predecir, así como de comprender en profundidad, de qué eran capaces los seres humanos. Ante una tentación irresistible, todo se dejaba de lado: las sanciones morales y legales, la educación privilegiada y aún las creencias religiosas.”
Hay más: “El pasado no se puede cambiar y hemos de afrontarlo con honestidad y sin excusas para luego dejarlo de lado; obsesionarse con el sentimiento de culpa es un capricho destructivo. Dijo que el ser humano es sentirse culpable: soy culpable ergo soy.”
Estoy citando a una autora inglesa, P.D. James, y, pasmaos, en una novela policíaca editada en España, no sé si este mes o el pasado, por Ediciones B, que se llama “La Sala del Crimen”.
La primera cita –dejando aparte eso de “hacer” el amor, que me parece una expresión difícilmente tolerable- creo que contiene una implícita definición bastante exacta del amor, comparado sutilmente con lo que cualquiera puede ofrecer a cualquiera para satisfacer una necesidad más o menos perentoria, pero ¿superficial?.
La segunda nos deja ante un interrogante que invita a profundizar sobre eso de las posibles -¿o no?- “tentaciones irresistibles”, que parece se citan como excusa de la complejidad esencial humana y lo variopinto de sus consecuencias.
La tercera contiene un a mi juicio acertado consejo, procedente, creo, de San Pablo. Si me abruma un recuerdo evidentemente irreparable, me cabe en cambio y tal vez como remedio, tratar de remontar el vuelo con el pasado a cuestas, y podría ser posible que así pesara menos a la hora de tener que mantenerse vivo hasta el último suspiro.
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