Pasan los tercios viejos, calle abajo, ceñudos
de viejos
cansancios,
los lansquenetes del saco de Roma
y, en medio,
el Emperador,
rodeado de edecanes,
capitanes
y la horda interminable de los pelafustanes
que van
siempre
alrededor de los reyes, de los emperadores,
de los presidentes y de los papas de Roma
los altos y los bajos dignatarios
los generales en jefe, los tiranos y los altos
comisarios,
pendientes
de las migas de poder que se les caen y van perdiendo,
las infinitesimales partículas
en que sin cesar se desmiga
la gloria de este mundo.
-¿Quién y qué eres tú,
me preguntan,
ferozmente
cejijuntos, amenazadores.
Y yo, envalentonado, soy Román, no he nacido
Todavía. Me defiende
de vuestra ira, el tiempo que falta por pasar, el inmenso río
que no podréis
atravesar.
Y m dispararon sus arcabuces, trataron
de clavarme sus picas sangrientas. Sacaron sus relucientes espadas
de Toledo
y tuvieron que guardarlas sin honor
porque yo aún no estaba
y ellos, aunque siguen pasando, desfilan
en mi libro amarillento de Historia de España
están
todos
tan muertos
como el Imperio aquél …
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