domingo, 13 de diciembre de 2009

Recorto de las revistas ilustradas que ahora vienen con los periódicos dominicales fotografías y dibujos, que pego después en las libretas en que apunto lo que me llama la atención o se me ocurre sobre las cosas que pasan. Recorto un silencio de atardecida otoñal con ribetes de invierno y lo pongo alrededor, mientras escribo. Ahora voy siguiendo, a medias distraído, a medias atento, las incontables páginas de los dos tomos de gramática, Gramática Española, que han publicado las academias de la lengua de la hispanidad. Acoge todos los antes vicios de dicción de los derivados del castellano de América, que unos le llaman latina y otros hispánica y digo yo que será según y la latina en realidad lo que es Ibérica, o española o portuguesa, salvo al norte, donde anglosajones y franceses dejaron sus respectivos sellos, además de en las Guayanas y alguna isla. Así, el castellano se hace más rico, mientras en España le vuelven la espalda algunas autonomías, antes regiones o comarcas o taifas o tribus, que pretenden deshacer la gavilla española y diferenciarse. No acierto a comprender el afán de diferenciarse, salvo mediante la triste explicación de que como los bienes de todas clases, morales o materiales, aparentan ser tan escasos –en realidad habría para todos, si no se empeñasen tantos en acaparar-, lo que se intenta por algunos, demasiados tal vez, es primero diferenciarse y luego privilegiarse, que ninguno que yo conozca ha tratado nunca de separarse del grupo mayor para ser más pobre o más infeliz o tener que trabajar más o para disponer de menos. En el fondo es el mismo erróneo y peligroso razonamiento que conduce a crueldades como las del siglo XX: prescindamos de los que por una u otra razón molestan, pesan, necesitan o contradicen, aislémoslos, exterminémoslos y seremos felices. Yo creo en la moral natural, como creo en el derecho natural, que son cosas que están en la naturaleza esencial del ser humano, procedente y destinado al amor, y, por ello, esencialmente provisto de las herramientas indispensables para realizar, vivir, liberarse en un clima de amor de que es posible apartarse, desde luego, pero con catastróficas consecuencias de deshumanización. Quien prescindo del amor como razón última o hace mal uso de las herramientas previstas para ejercerlo, se convierte en una criatura inhumana, por exceso o por defecto si queréis, pero reducida a tan violento anhelo de regresar a su esencia que para intentar lograrlo puede llegar a comete y la historia de la humanidad empíricamente lo acredita, los más desesperados, hasta horribles e inhumanos actos y esfuerzos.

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