viernes, 11 de diciembre de 2009

A menudo, los hechos se manejan por cada espectador, si conviene, como conviene a sus particulares intereses o a los de la banda de que forma parte. Un curioso ejercicio, puede ser, cada mañana, con el periódico todavía oliendo a tinta reciente y manchándome los dedos, hacer un examen critico de las diferentes interpretaciones que podrían hacerse de cada opinión crítica de cada comentarista que expone la suya en las columnas de la publicación de que se trate. Algunas son tan evidentemente disparatadas que llego a la personal convicción de que de manera deliberada y con todas las consecuentes agravantes, el comentarista de propone equivocar a sus lectores, deslumbrados por la confianza que tienen puesta en él. Hay lectores así. Con su miedo a la libertad a cuestas y una escasa información complementaria, apoyan la confianza en otros, a veces indignos de ella y así colaboran a que el error, como una hierba mala, prolifere y oculte síntomas de lo que convendría precaver para evitar males mayores. Cualquier banalidad o cualquier disparate, convenientemente adornado, puede engañar y desviar la atención respecto del meollo de una cuestión embarazosa para alguien. Y que eso ocurra, suele ser malo para todos los implicados. Vivimos un peligroso tiempo en que hasta se adiestra a los manipuladores de cerebros para establecer verdades provisionales, peores que mentiras, que van generando peligrosos caparazones de escepticismo en los que las sufrimos y nos desencantamos una y otra vez.

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