Recuerdo haber tenido no sé cuándo
una hermosa idea
y el ímpetu necesario para tratar de abrir su caja
y dejarla en libertad,
como deben estar siempre las ideas más hermosas.
Cuando eres joven, cuando yo lo era
por lo menos,
subes sin un jadeo todas las escaleras,
las montañas todas
del mundo.
Y se tienen hermosas ideas,
brillantes,
deslumbrantes,
despampanantes y disparatadas ideas,
que, tal vez, bien enderezadas, podrían
mover,
cambiar este mundo desquiciado.
Lo que pasa es que, ya entonces,
como ahora,
te das cuenta,
horrorizado,
de que si cambiásemos el mundo
ya no sería
este prodigioso mundo en que vivimos.
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