En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 12 de diciembre de 2009
Salían, los domingos, los niños por delante, el matrimonio un poco detras, circunspectos marido y mujer, los niños, si varios, alborotados, parándose en los escaparates a comentar, y, en esta época, a escoger para la carta de Reyes. ¿Por qué no pedir a los Reyes, cuando no había carbón, un saco del que suelen traer para los niños malos? Aliviaría, tras de tanta guerra, tanta angustia, tanta necesidad, por lo menos un gasto. Salían a misa mayor, y luego a pasear, camino de casa, salvo los medio ricachos, que se quedaban a tomar un vermú con patatitas fritas, aceitunas rellenas de anchoas y mirar pasar a los otros. Ya no hay domingos de paseo de tarde, después de la siesta, otra vez los más ricachos a pararse en la cafetería, a tomar un te o café mediano con pastas, camino del cine que nos llevó durante tanto tiempo a otros mundos al parecer inalcanzables, donde sobraba de todo y seguía la gente viviendo como si no hubiese habido guerra, que en seguida hubo otra y nadie sabe cómo, las calles de los domingos se quedaron vacías y ya no hubo más salones de te ni cafeterías donde sentarse a pasar el rato con la familia. Parte culpa de la semana inglesa, parte de la televisión, parte de que todo cambia y las costumbres se convierten en recuerdos, cuando el futuro las arrolla hacia tiempos mejores. Pero los escaparates siguen llenos de juguetes, otros juguetes, en esta época, y los niños, a cualquier hora que pasen, siguen aplastando la nariz contra el cristal , y había una ayer, como de siete años, que le decía a su hermana más pequeña que había que pedir ahora, aunque fuese en secreto, sin que se enterasen papá y mamá, que dicen que no hay dinero, y así lo pagan los reyes y tendremos … Hace un hermoso sol, vaga por entre hilachas de nube y corre un aire frescacho muy de acuerdo con el tiempo de Navidad inminente. A lo lejos, me vuelvo y las miro, las dos niñas siguen, con la nariz apretada contra el cristal del escaparate, haciendo su propio plan de economía sostenible.
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