domingo, 30 de noviembre de 2008

La que manda es la gripe, que sin explicaciones suspende actos, derriba hombres fuertes, vacía las clases, aplaza las batallas. Y de vez en cuando, a uno de los que la toman a broma, lo coge por el cuello y tú –le dice sin palabras ni exposición de motivos ni justificación de actos-, hoy, ahora, te viene conmigo al otro lado del espejo.

Allá habrá lo que haya, que nos tiene asustados y nadie prefiere ir, salvo los ya muy acongojados o los místicos, que aseguran haber recibido mensajes y la seguridad, felices ellos, de que todo irá bien, del otro lado.

Ponen en los periódicos que lo peor de la gripe será después de Navidad. Por Navidad hacemos un esfuerzo o puede que el turrón y el mazapán sean antibióticos de amplio espectro, o que la sonrisa del Niño cure antes de que aprenda a hablar, que mayores milagros hizo más tarde y al fin y al cabo, una vez la pasas, ¿qué es una gripe de nada? Me acuerdo que de niños, cuando se puede con todo, la gripe era una fiesta que aprovechábamos, cuando la fiebre bajaba, para leer las última aventuras de Tim Tyler o del Sargento King, de la Policía Montada del Canadá, que las publicaba El Aventurero. Y si apretaba la fiebre, hacíamos un esfuerzo para mover por el país de la cama, todo montañas y valles, todo un pequeño ejercito de casacas azules, persiguiendo a dos o tres tribus indias, todos de plomo.

Pienso que hay dos gripes o tres: la de los niños pequeños, sobrecogedora, la de los niños mayores, libertadora y la de adultos y ancianos, amedrentadora. O puede que sean tres visiones del mismo fantasma hecho de luz de luna y sombras, según los ojos con que lo miremos los humanos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Publican la traducción de la segunda entrega de la voluminosa saga del fallecido Stieg Larsson, otro escritor de moda, con evidentes méritos propios, por añadidura, en este caso, para serlo, también escandinavo. Leo que murió a poco de completar el tercer volumen de esta obra que vamos leyendo entre encandilados y perplejos, sobre todo los mayores, y más cuanto más despegados del entorno hayan algunos vivido, porque refleja en sus personajes un modo de vida característico de la cultura a que está llegando occidente en su conjunto, es decir, la Europa por ahora incompatible consigo misma, por aplicación a sus problemas del diagnóstico de la ciudad alegre y confiada que hace muchos años abocetaba el semiolvidado Jacinto Benavente. Se entra en cada tomo de los dos que por ahora conozco de esta trilogía, tan asombrado por un modo de vida diferente y que sin embargo se desarrolla a nuestro lado, que resulta difícil soltar un libro sorprendente por sí y lleno además de vicisitudes inesperadas de unos personajes desmesurados, que aprovechan conocimientos muy de nuestro tiempo, evidenciadores de la curiosidad intuitiva con que el autor lo escrutó con minuciosidad de anatomopatólogo. Según se va leyendo, el argumento te atrapa en la conclusión de que es razonable y hasta aconsejable resolver cada situación de maneras y con modos reñidos con un mínimo de sentido moral y por la sencilla razón de que una maldad sólo cabe o por lo menos resulta justificado –por decirlo de alguna manera- que se combata mediante otra por lo menos paradójica crueldad justa. Pero ¿quién puede arrogarse un objetivo sentido de lo que es bueno, lo que es justo, lo que es verdad? El libro va difuminando en las nieblas del consejo de dudarlo todo que nos difuminan el paisaje de la entrada de este nuevo milenio –está en el título, Millenium, del conjunto de la obra- los fundamentos morales de la cultura del tiempo de que la humanidad está saliendo. Lo que en mi opinión es más grave es que los diagnostica, pero no ensaya, hasta por donde voy, ninguna moraleja distinta de que lo único importante es sobrevivir a lo que caiga en cada momento.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Se ha descolgado el frío, como un gran gigante, un Gulliver en nuestro Liliputh, todo vestido de blanco. Ha bajado estirándose desde la montaña de al lado, como un grito lejano que fuese llegando a nuestro lado y nos alcanzara con la excitación del viento. Vino anunciado por nubes oscuras, relampagueantes, que procedieron del norte y nos rociaron de granizo y aguanieve, mientras tronitronaban. Arriba, en los montes cercanos, los lobeznos se apretujaron contra sus madres de miedo a los viejos lobos, que se pasaron la noche aullando para que no salieran los pastores. Al que venga, avisaban, no tendremos más remedio que comérnoslo y no hay nada peor para la manada que comer hombre. La carne de hombre es la más sabrosa y no hay bestia que la haya probado, que pueda renunciarla la como manjar, máxime cuando el hombre es el animal más torpe para orientarse y darse cuenta de que se acerca un depredador y de los más débiles, salvo que venga armado, para defenderse. Sólo cuando huele a pólvora y acero con mezcla de grasa se debe huir, porque entonces el hombre se convierte en una bestia de las más peligrosas, crueles y caprichosas, capaz de matar sin tener hambre y de abandonar la comida en el bosque y llevarse nada más que la cabeza para adornar su sala de trofeos o los dientes o las uñas de cualquier otro animal para convertirlos en collares y adornos.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Es como andar a ciegas
por entre las notas
del clavecín. Nunca
sabremos si este día, tal vez
el último
o el primero de algo
es un día importante que alguien
en alguna parte, en una misteriosa agenda,
podría tener marcado.
Un día
que parece igual, y sin embargo, desde el principio
hasta lo más incierto, hondo, lejano
de un posible futuro
será la única oportunidad de que yo escriba este poema,
que olvidaré en seguida
como una hoja seca entre las páginas
de un libro que se perderá en el desván
hasta que otro día, la infinita paciencia
de tu curiosidad, lo descubra
y alguien
que eres tú
recibirá el mensaje de que existió este día
y que yo estuve aquí y ahora
presintiendo la caricia de tus ojos
y el beso sin destino
de tu ternura, que presiento,
ansioso ya de que llegues
para devolvértelo.
Hay que ver la que nos ha caído, a un mes de la Nochebuena, sin árbol, que menos mal que ahora se ponen de mentira, árboles apócrifos, de plexiglás, para que no protesten los ecologista. Ha llegado de improviso el viento del norte, granizo va, granizo viene, resoplidos del gran oso, apostado del lado de allá del horizonte. Me repiqueteaba la nevisca esta mañana, con el periódico recién comprado y las noticias sin leer, que lo peor que no hizo más que empatar el Barça de mis preferencias, pero nos consuela que hayan ganado los de la segunda ola la copa Davis, a los argentinos que se las prometían tan felices, pero es que no hay cosa peor que pisarle el orgullo al enemigo. Se encrespa. Pasa con casi todos los animales, por mansos que sean, que si los acorralas y apuras se convierten en fieras. De cualquier modo que sea, lo que no afloja es lo de la crisis. No sabían los políticos, medir la hondura, y pienso que no saben aún. Les faltan humildad y perspicacia para tomarle el pulso al miedo de quienes tienen el dinero y temen que vengan otros y les arrebaten parte del botín. Es en mi opinión sencillo recorrer el juego de la Oca: la libertad se desliza hacia el libertinaje de una posible oclocracia y los que tienen, cierran las puertas de sus castillos roqueros, alzan los puentes levadizos y se preparan a pasar el invierno, atisbando muy de cuando en cuando a ver si mejora el tiempo el humor de los sitiadores o si se los come, como allá en el medievo, cualquier epidemia. De vez en cuando, se sube al adarve un paje y suelta palomas. Hasta que no vuelvan todas y dejen de abatirlas los ballesteros de abajo, no se abrirá el portón, ni arriesgarán los señores de la fortaleza. Me diréis con razón que hoy un castillo se derriba con un misil nuclear, pero no quedaría más que un montón de piedras y cadáveres humeantes porque el dinero en realidad no existe ya, no es más que palabras de ciertos poderosos, cifras encriptadas en papeles biodegradables, humo, y ya no puede arrebatarse como cuando los buscadores de tesoros atrapaban el mapa de la isla secreta, marcado con un aspa dibujada con sangre de pirata. Es muy complicado, ahora, engatusar al millonario para que se decida a salir en busca de más millones.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Domingo, sesión vermú,
ya no van a misa
las chicas,
ya no van,
¿dónde están
las chicas de mi pueblo
a la hora de misa
mayor?

Duermen,
las chicas de mi pueblo,
la mañana
a la hora de misa.

El buen padre Dios
las mira
les inspira,
como antes, amor.

¿Quién, cuándo echó,
que ahora ya no están,
a las chicas de mi pueblo
de la misa mayor?

Domingo, otoño, sol,
salen de paseo por el parque
las chicas de mi pueblo,
intercambian
palabras
banales,
mientras dice el cura misa
en el altar mayor.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Ocurre sin previo aviso que el CP se obceca en cerrar una puerta, una ventana, la vía de comunicación habitual con algo o con alguien y se vuelve a la época en que no los había, te encuentras de nuevo un poco más lejos de tus secciones habituales, incluso puede que de personas desconocidas a que sólo tratas a través de escritos que dejan en sus respectivos graneros como quien cuelga del balcón del hórreo las ristras de panojas del maíz reciente. Menos mal que no pasa más que en ocasiones que digo yo que serán especiales, y este artefacto, por favor, que no se ofenda, se abrirá y cerrará por algún motivo explicable en su lógica del bit y la misteriosa encriptación de datos través de esotéricos laberintos que recorrerán, digo yo, microscópicos ingenieros de telecomunicaciones vestidos de batas blanquísimas, vigilando que nada se destruya del todo cuando uno de estos terremotos binarios desgarra el tejido de la red como si se hiciera un poco mayor el agujero de ozono y desde el planeta lejano nos penetrase el agudo mirar de los sapientísimos alienígenas, o, por lo menos, el de esos aviones del espionaje internacional que dicen que ya están empezando a llevar unas cámaras que pueden investigar lo que vamos pensando absortos por la calle y archivan hasta lo que ni siquiera pensamos, sino que repasa nuestro subconsciente, y justo esas escrutadoras miradas espías son las que desgarran aquí y allá la telaraña y nos aíslan e impiden que acudamos a la tertulia habitual de las páginas que apenas nadie se entera de que existen más que estos correveidiles de las agencias que a fuerza de velar por nuestros sueños acabarán me temo por destruirlos cualquier tarde.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Voy, vengo y como final queda este cansado dolor de huesos disconformes con que me mueva, que podría se consecuencia de mis idas y venidas, pero, además, lo es sin duda de otra vez el otoñal cambio de tiempo y la condición de pasado por agua de este año dos mil ocho, de la crisis financiera, cuando hubo empresas que dejaron de trabajar porque cerraron los bancos –dijeron- el chorro del dinero, y así no hay quien. Nos acostumbramos a poner el pie en el futuro por medio de créditos, pagaderos o no, que embargan nuestra conducta para que tengamos antes de habérnoslo ganado el objeto de deseo o el medio de crecer e incluso la ganancia misma, pagando por ello al banco, que hace sonriente su papel de Shylok. Ambas ciudades preparaban colgaduras de lucecitas para la Navidad inminente o las enredaban entre las ramas de los árboles. Me llamó la atención esa cola de todos los años. De compradores de lotería, que todos quieren comprar sus participaciones en la ilusión de jugar en la misma expendeduría y la convierten en la más premiada al haber sido la que vendió más, cuando llega el sorteo. También en este asunto, la pescadilla de la metáfora proverbial se muerde la cola: vende más billetes premiados porque es la que vende más billetes, lo cual provoca que por ser la más premiada vuelva a venderlos y cada año se formen las mismas interminables colas de compradores de ilusión de lo más variopinto y heterogéneo. Cada año, si vas, vienes, a Madrid, mira, cómprame un décimo, o un número o no sé cuántos números para la inacabable y desmultiplicada catarata de la reventa en la administración número tal, que es donde toca, y vuelves, vienes a las pequeñas capitales del entorno menos, las ciudades y demás desmenuzadores de la tamizada población nacional y contemplas el letrero que informa de que disponen de participaciones, recargadas o no para tal beneficencia, cual equipo de un deporte u otro, para los inescrutables fines de la tasca de la esquina, o, sin recargo, para prestigio del restaurante de los platos inmensos y las porciones microscópicas, pero participaciones detal administración de Madrid o de donde sea, que son las que vienen tocando. Pasé por delante del viejo rincón, milagrosamente conservado, con el mismo, o parece que el mismo, pero no puede ser aquel diván de peluche. Al lado ha dejado de estar la tasca en que jugaban al mejor mus de todos los tiempos los albañiles de la obra cercana, pero ésa ya no está. Hay un local que parece haber sido cafetería de barrio, cerrado y con esas firmas monstruosas que ahora sustituyen con su laberíntica rúbrica las ocurrencias de los grafitti de aquellas tentadoras rebeldías de cuando todos éramos de algún modo rebeldes contra algo que no sabíamos muy bien qué era y hoy adivino que era el fantasma de la vejez, que no era para tanto, con su delicado encanto y estas tardes de su ocaso, tan deliciosamente plagadas de recuerdos de todo cuanto pudo haber sido y así de otras mil vidas que probablemente vivimos a la vez y de que por haberlas imaginado ¿tendremos que rendir también cuenta?

martes, 18 de noviembre de 2008

Esta tarde vuelvo a Madrid, que aún es la capital. Cada país necesita todavía una capital, donde se juntan los que nos representan y mandan. Somos tantos que necesitamos delegar en un pequeño grupo, unos centenares, cuando se trata del poder legislativo, aún menos cuando del ejecutivo y muchos, si del judicial, porque la justicia se hace pedazos con frecuencia y se necesita toda una multitud de concesionarios para administrarla, recordar a cada cual sus deberes, doblegarnos a cumplirlos. En la Capital es donde tiene su cabecera el país y allí se agolpan los que más mandan en materia de representarnos, mandarnos y legislar sobre nuestra inevitable relación social. Cuando un ciudadano va a Madrid, si es joven, va a tener su oportunidad de influir sobre la cultura del total, opinar con trascendencia. Recuerdo de mi primer viaje, que lo hice en tren y casi de repente, alguien me llamó la atención: mira. Desde la ventanilla se veía reflejarse en el cielo un impresionante hongo de luz –incluso en aquel tiempo de escaseces y pobrezas que hubo entreguerras- y yo me dije que la Capital no sabía que estaba llegando yo, permanecía tendida, exánime y aparentemente indefensa como una vieja prostituta cansada, sin hacerme el menor caso, como corresponde a la mayoría, a los miles de jóvenes de ambos sexos que en aquel preciso momento estaban llegando a la Capital desde los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos, que no es una rosa, sino una estrella. Luego volví muchas veces, y allí estuvieron la Universidad y el Colegio Mayor donde debería haber aprendido tantas, aprendí muchas y me fui sin aprender tantas otras cosas. Ahora , ya viejo, compruebo que el hongo de luz es mucho más potente y que la ciudad sigue sin conmoverse lo más mínimo cando entramos y salimos cada día millones de personas de toda clase y condición. Razón tendrá. No es un monstruo, como otras capitales del mundo, pero lo es para quienes habitualmente sobrevivimos en las esquinas, las aldeas, los pueblecitos y los villorrios de escasos miles, a veces simples centenas de habitantes- Nos impresiona, inevitablemente, y asusta, este flujo constante de gente, el ruido del tráfico, sobre todo el ulular de las sirenas. Nos empujan los guardias, sin miramientos, en los cruzacalles donde teóricamente deberíamos ser preferidos a los coches, cuyos conductores se excitan y nos hacen, si protestamos, cortes de manga. La Capital está llena de recuerdos, en general buenos recuerdos, porque lo son de juventud y la juventud asimila los malos recuerdos y los cubre de pan de oro cuando menos. Muchas de nuestras ilusiones se quedaron por ahí, en los alcorques de los plátanos y de las acacias, cuando nos fuimos a vivir a otra parte. Ahora, al volver, nos picotean como una bandada de mosquitos, con los nombres de tanta gente, casi todos perdidos por los rincones de la memoria. Incluso hay esquinas donde todavía se te escapan, alternativas o conjuntas, una sonrisa o una lágrima.-

lunes, 17 de noviembre de 2008

Es un libro banal. Podría no haberse escrito y no hubiera pasado nada. La historia de la literatura mundial no habría sufrido lo más mínimo y quedaría un espacio de mayor probabilidad para la publicación de otro libro realmente merecedor de publicación-

Cierto. Supongo que cierto, pero ¿sabéis lo que costó escribirlo? ¿lo sabéis todo? ¿sabéis por qué escribe quien lo escribió?

Este libro banal, pero inteligible para cualquiera, expresa el banal sentimiento de una persona banal. De las que andan todos los días por la calle, hacen las colas de las cajas de los supermercados, de las fuentes públicas –cuando las escaseces y las averías-, en la panadería y la carnicería. Hablan un idioma diferente del de los eruditos y la mayor parte de las veces no comprenden esos esfuerzos filológicos y semánticos que buscan, muchas veces infructuosamente, todo hay que decirlo, la originalidad.

Tiene que haber gente sencilla para hablar con la gente sencilla desde su misma perspectiva. En ocasiones, En ocasiones, hasta los políticos de modo indebido, por casualidad o manipulación venidos a más, yerran pensando que el resto de la gente tiene su misma ambición de una felicidad ni siquiera análoga a la suya.

No es un libro banal. No los hay. Los libros son pensamientos que se expresan en voz alta. Lo que hay es gente más sencilla de entender. Gente sin aparente importancia social. Son los más numerosos de cualquier grupo de gente imaginable.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Me mando callarme. Aprender a callar y a decir que no, puede que no sean dos asignaturas, pero son dos temas importantes de la misma o de dos asignaturas estrechamente relacionadas por el uso de la palabra dicha o de la palabra escrita. Cada vez que se ponen palabras, y más sin constituyen frases en el papel o en el aire, puede producirse un mundo de consecuencias. Y lo primero, opino, es ponerse las gafas de humor. Todo lo que se mira a su través tiene un sentido optimista, o por lo menos, si no optimista, pierde gran parte de la carga negativa con que el pesimismo nos agobia aprovechando que estamos cansados o predispuestos a dudar más de lo habitual. Imaginaos un estudiante acabado de suspender. Con el cansancio del último e infructuoso esfuerzo y preparando ya un plan de estudio para volver a enfrentarse con lecciones, temas, asuntos ya conocidos en parte. Volver sobre lo conocido, sobre todo cuando es perfectamente inteligible y lo único que falló fue el detalle, la memoria de una fecha, la barbaridad de cambiar a un artista de siglo o de estilo, puede matarte de aburrimiento. Y sin embargo has de permanecer en el empeño y es justo entonces, durante ese espacio, esa frontera, entre el cansancio reciente y el aburrimiento que viene, sin la energía ilusionada –en realidad una sobrecarga de nerviosa excitación, pero que es algo que ayuda- de la inminencia del próximo examen siquiera, es en ese preciso momento, cuando la hiedra del escepticismo te rodea, agobia, enceguece. Hoy no es el caso. No ha habido ningún examen reciente, ningún esfuerzo. Ni siquiera hay una sobrecarga de cansancio. Y sin embargo, el periódico viene tan sobrecargado de noticias desconcertantes, crueles, insólitas y ridículas, todo mezclado, totum revolutum que en seguida piensas que es mejor callar para salvar la alegría, la sonrisa y sobre todo el sentido del humor. ¿Será hablar demasiado uno de los males de esta época nuestra? Creo que no, que es peor y ocurre que hablemos antes de pensar lo que vamos a decir y en un guiño está hecho y ahora a ver quién es capaz de pegar los trozos de espejo y que devuelva un reflejo solo, como antes, de alguien sonriente. Yo mismo, ahora, es posible que ya haya escrito demasiado. Me asalta la duda de si borrar o no, pero me pasa como esta tarde, que les aseguro que es verdad, que mi nieta, tres añitos, afanada con unn trapo en la puerta de la nevera, tarareando, y voy y le pregunto si trabaja mientras canta o canta mientras trabaja, me mira, se queda pensando y muy despacio me dice: abuelito (pausa), es difícil de contestar. Y sigue, como si nada, a lo suyo, sin enterarse de mi asombro. Es difícil. Decido no borrar. Allá va la entrada. En realidad, lo que cuenta es que hoy es domingo, casi a un mes ya, de la Navidad

sábado, 15 de noviembre de 2008

La sucesión de las estaciones, impertérrita, continúa. Lo compruebo esta mañana, de paso con el perro por el camino junto al río, que enfrente queda la ladera de las mimosas. Florecerán, previsiblemente, hacia mediados de enero, como todos los años ha venido ocurriendo, pero si os fijáis, ya no faltan más que dos meses para mediados de enero, cuando estallará la mimosa, que anuncia la primavera en pleno invierno. Y habrá gente, estoy pensando en personas concretas, como cualquiera de vosotros puede hacer, echando la cuenta de los amigos, compañeros y conocidos que murieron este año, que no podrá verlo, y todo sin embargo se producirá igual, impresionantemente inexorable. Otro que tal baila es el río, tozudo en seguir su curso e ir a dar en la mar, que dice el poeta. Los poetas tienen singulares aciertos, en su constante esfuerzo por adelgazar las frases y dejarlas, sin que pierdan el ritmo y a poder ser la rima, mediante las palabras más eufónicas posibles, en el máximo a su alcance de expresividad. Heráclito, además de filósofo, creo que podría haber sido poeta, con aquello de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Hoy soy muy rico: tengo media docena de libros en principio interesantes, que esperan mi lectura atenta y tengo tres o cuatro nuevas interpretaciones musicales que escuchar por primera vez. Hasta he de confesar que piensa que soy excesivamente rico, porque me pasa lo que suele cuando tienes vario libros interesantes o varios discos nuevos, que no se sabe, a mí al menos me cuesta saber, por dónde empezar.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Por más que el tiempo y la ciudad
te hayan llevado lejos,
y nadie sepa donde y si pregunto
me miren con los ojos vacíos
de la ciudad,
te seguiré buscando, mientras pueda
seguir
haciendo camino, diciendo
con cada paso tu nombre, dejando
en cada huella tu nombre,
borracho
de tu nombre,
que es lo que me queda
de ti. -
Se encoge el mundo. Tomás un tren en la frontera y llegas en cinco o seis horas a Bruselas, donde está ahora la capital de Europa, y desde Madrid, en avión, cosa de hora u hora y media, y puedes ir leyendo un libro de historia y en él, las penalidades de los tercios viejos, recorriendo la vieja Europa de los imperios, apagando fuegos aquí y allá, con el Emperador sangrando Castilla sobre tierras ajenas e idiomas de otros, que hablaban de amor con palabras diferentes, parecía que estaban hablando de otra cosa, y lo mismo si hablaban de la muerte. Ya no hay que doblar el cabo de Hornos para acreditar la condición de buen marino y cualquiera puede ir y volver a las antípodas en mucho menos de lo que Phineas Fogg soñó don Julio Verne que lo hiciera. Hasta el Nautilus del capitán Nemo se ha convertido en antigualla de desván o de museo y se deslizan ahora bajo la piel inquieta de la mar los submarinos atómicos, como sombras de fantasmas. Da miedo ver que nacen niños con la misma sonrisa de cuando las calesas y los viejos veleros. Nadie puede imaginar lo que les espera, con el futuro viniendo en sus brazos a trompicones y sus padres sin tiempo para explicarles antes de ir por primera vez a coger todos los virus de las guarderías y el cole, que tal parece que los estuvieran esperando por muchas y cada vez más vacunas que les pongan contra todo lo imaginable, incluidas las paperas de nuestra niñez, con el pañuelo amarrado en lo alto de la cabeza y te decían en voz baja los amigos que te podías quedar estéril, o el sarampión, que había que pasarlo con luz roja encendida, como si te estuvieran revelando igual que uno de aquellos carretes de las fotografías en blanco y negro. Se encoge el mundo, se recorre en un abrir y cerrar de ojos, pero los misterios siguen siendo, en lo fundamental, los mismos. Descubrimos, descubren, bagatelas y juguetes para que nos entretengamos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Nadie sabrá cómo fuimos.
Habrán muerto los que sabían,
cuando alguien nos recuerde, aureolados
por el error
de suponer que fuimos
siempre como en aquel momento de aquel día
en que hicimos algo
que no habíamos hecho, antes nunca
ni jamás volveríamos a hacer:
el primer beso,
la hurtada caricia engañosa, la palabra
adecuada para aquel dolor, un gesto
involuntario de confianza,
la sonrisa
que tanto conmovió a quien nos recuerda.
Nadie sabrá de nuestras más sórdidas conductas,
de que nosotros,
por paradoja inexplicable,
nunca fuimos capaces de olvidarnos.
Se llama Soraya y es hoy el ser humano que más admiro por haber tenido el valor de no tenerlo para seguir viviendo entre cánulas y bisturíes, anestesias y desesperanzas. Dejadme –les ha dicho- morir con dignidad. No se muere con dignidad, sino, cuando más, con decoro. La dignidad se pierde, de modo inexorable, cuando se pierden las facultades de mantenerse erguido y sonriente, cuando la agonía nos dobla y la llamada de la tierra nos doblega, peo ella, niña, ha preferido que eso le llegue ante del tiempo que no sé quién ha considerado que debe vivirse con arreglo a las mentiras de la estadística y ha decidido que ella vivirá, con la ayuda de Dios, el tiempo, o lo que esto en que nos mecemos los humanos sea, que Dios tenía previsto para que toda su vida se desarrollara. Tienden, los esforzados y sin duda bienintencionados médicos, a estudiar sobre nuestro caso y nuestro problema, agudizándolo a veces, a fuerza de hurgar en sus entresijos. Ella, esa niña inglesa, se ha cansado de que ocurra en su caso y ha defendido e impuesto ante la justicia de los hombres que tiene perfecto derecho a morir si ha de hacerlo, en seguida o dentro de meses, años o días, que en el fondo, cuando llega el último momento, es igual ya que hayan sido muchos o pocos. Yo la admiro, con la sonrisa arrimada a la columna del dosel de su cama blanca, en todos los asombrados umbrales de los periódicos del mundo. Viviré así –seguro que ha pensado- toda una vida, lo mismo que todos los demás, que todos nacemos para eso: para vivir toda una vida. Escuchando a la protagonista de ésta, a uno le resulta mucho más fácil entender la diferencia entre tantas trivialidades como hay en otras páginas del mismo periódico o de la revista de al lado en el kiosco, donde relatan lo de esa anciana señora enamorada, que trocó los aros de sus viudedades por el pedrusco símbolo de un nuevo amor, o lo de que si los políticos que iban a cambiar el mundo cobran por no lograrlo sueldos millonarios –acabarán por nombrar cónsul a su caballo o por bañarse en leche de burra, hay precedentes históricos-. Lo trascendente, en este momento, lo realizan las niñas, que hay otra que se levantó en clase y contra la decisión de su maestro de abolir a Dios, reafirmó su decisión de creer que existe. Siempre he dicho que los niños traen el futuro, lo empujan, nos inundan de su frescor.

martes, 11 de noviembre de 2008

Alguien me ha dicho desde Taiwán no sé qué, en chino mandarín. O habla español, y podría haber hecho un esfuerzo para darme pistas de lo que me quiso decir, o no lo habla y entonces supongo que lo que le habrá gustado o disgustado, será alguna de las fotografías o algún dibujo de los que escoltan mis parrafadas y las acompañan. Tal vez alguna flor o un paisaje, las palmeras que a mí me traen a mal traer, llenas, cada mañana, de pájaros del alba, el río que se contonea, como ría que es, femenina y cadenciosa, a través de mi pueblo. Un amigo se asomó al blog y se ha echado a reír. Bueno, pues lo que no se entiende, se interpreta como conviene y uno prefiere. El taiwanés, o tal vez la taiwanesa, me habrán dicho que es bonita la foto tal o cual, o que hay que ver lo bien que ordeno el blog, cada cosa en su anaquel y los párrafos separaditos, limpiamente ordenados e inteligibles. Gracias, hermano bloguero o generoso lector, que me dejaste ahí, como quien pone un regalo que aprecio, unas cuantas de esas hermosas letras plurisignificativas. Y si es una tomadura de pelo –que ya es difícil tomarme a mí el pelo, habida cuenta de la escasez del material aún disponible- igualmente se lo agradezco, a quien haya sido, por la pizca de sal que pone siempre el sentido del humor a tantas vaciedades como uno dice cuando no se me ocurre otra cosa. -
Somos esto que somos, seres vivos, desde la desmemoria de la niñez hasta la inconsciencia del último instante. En medio, como un inesperado jardín deslumbrante, el hecho de vivir, con todas sus contingencias desmesuradas, incomprensibles, muchas dolorosas. Todo un auténtico misterio durante que, además de vivir nuestra vida, podremos imaginar otras y entrarnos por libros donde otros nos cuenten sus recuerdos y fantasías. Somos tal vez innumerables personas en una sola, o quizá una sola visible desde innumerables perspectivas, con un futuro digan lo que digan imprevisible. Asusta la suficiencia de quienes, que los hay, consideran que lo sabemos todo sobre todo, cuando es lo cierto que no sabemos casi nada sobre nada, después de haber aprendido tanto de tantas cosas. Nacemos y morimos muchas veces, cada vez que nace y muere un semejante, muchos, amigos con que compartimos vida y misterio, al fin y al cabo lo mismo. Puede que darle vueltas a todo esto en la cabeza no sea más que una pérdida del valioso tiempo que se nos ha concedido para que aprendamos que no es posible saber mucho más de lo que hemos llegado a saber respecto de lo que vale la pena, o puede que no. ¿Quién sabe? Una y otra vez, regreso a la cita de Chesterton, que como final de la historia del hombre que lo sabía todo, muerto entre las líneas de trincheras de dos ejércitos enemigos entre sí, comenta que fue entonces cuando el hombre que todo lo sabía, supo lo que vale la pena saber.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Tendrán razón
es posible que no exista
yo,
que esté solo, de este lado
de no sé qué misterio
que me separa de vosotros, que me impide ser
uno
de
vosotros,
por medio de un amor que se me seca en el pecho,
me ha convertido ya
en árbol seco, piedra
en medio
de un desierto en que el aire es soledad,
silencio el tiempo.
Viene la Navidad, y un asomo de esperanza se añade a las brasas que aún quedaban de la Navidad pasada, que cada una deja un espíritu flotando y queda un aire, para estas fechas de Pascua, que huele a paz y sabe a armonías musicales. Con la mañana recién estrenada descubro una garza posada en el río y el cocker que, buen amigo, me acompaña, levanta el hocico y huele, adivino que con deleite, los aromas del otoño. Anduvo movida la mar, estos días pasados, y huele el puerto a nostalgias. El otoño, me doy cuenta ahora, está en gran parte hecho de olores que al agonizar se extreman, como dice la leyenda que pasa con el canto del cisne. El olor de nostalgia está hecho de algas semipodridas, estrellas de mar muertas y coloreado por el mugriento arco iris del gasoil derramado entre las embarcaciones que se mecen perezosas en la dársena, que es como un remanso de la mar, igual que los que hace el río en las umbrías de sus recodos del valle.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Ese momento
sobrecogedor
en que mancillo una ilusión al lograrla,
el vacío
que se produce en mi consciente íntimo
cuando llegan el matrimonio,
la licenciatura
o más sencillamente, el día
de Reyes, que eras niño y deseabas
de modo tan desesperado esto que ahora tienes
ablandándose
como los relojes oníricos
de Dalí.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Hay que dejarse ir y salir del día cuando se pone el sol. La noche es una pausa inevitable, que nos aparta del bullicio y será artificial la ambición de convertirse en noctámbulos que siempre tienen los niños, que sospechan que los mayores, tras de enviarlos a la cama, vamos a iniciar alguna actividad deslumbrante. Tuve un amigo que se lamentaba casi siempre del fracaso de los trasnochadores. Que esculpimos recuerdos en la memoria –decía- pero son recuerdos banales, de entretenimientos que no me pagan ni compensan casi nunca el sueño que me cuestan. Casi siempre tenía razón. Pero es que resulta también difícil vivir un día de los que Priestley, con su proverbial capacidad de expresión y comunicación, llama días radiantes y son esos que ellos solos se subrayan en la memoria, se cuelgan de sus muros bien a la vista, son fáciles y agradables de recordar. La noche recorta los espacios. Nos permite zonas bien delimitadas, hasta que llega la luz, por lo menos la zona más tenue, débil, de la luz, y alrededor pone le territorio desconocido de la sombra. Tal vez por eso durante la noche nos parece que somos más perceptivos. No es más que tenemos menos espacio para dispersar la atención. Es algo así como cuando el mundo acababa en Finisterre y en realidad no parecía que fuese más que la cuenca del Mediterráneo. La noche tiene una mixtión de luces, por otra parte, que engaña y transforma a las criaturas que te acompañan a través de sus estancias. Solo la luz del sol es implacable. Las de la noche, ya procedan de la luna, de una aurora boreal, de cualquier clase de lámpara, acentúan y aportan magia a la belleza y al misterio e incluso la fealdad se disimula y dulcifica, amparada por las inesperadas sutilezas de sombras y veladuras que distorsionan los escorzos. Mejor dejarse ir, cuando se pone el sol, al amparo de la soledad, al sosiego de la familia, a los misteriosos caprichos del ingobernable sueño. Solo que hay noches que llegas a casa, te tratas de amparar en la estancia y la butaca habituales y te encuentras cara a cara con el insomnio, implacable cómitre que se niega a entender de cansancios.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sotileza, llamaba don José María Pereda a una de sus novelas en que recuerdo haber aprendido la palabra “espolique”, que hasta su lectura no conocía. Seguro que esto que llaman ahora pobreza de expresión se debe a que se lee menos y así es casi imposible disponer luego de tan bonitas palabras como son “plúteo” o “tinelo”, que enseña Azorín por ejemplo. Cuantas más palabras se tengan, más rica, divertida y brillante puede ser una conversación. Claro que ahora hay que pensar
en que queda menos tiempo para conversar. Ahora, si acaso, lo indispensable para transmitirse por sms con fugas de vocales o de consonantes para ahorran hasta en dactilografía. Parece como si se nos hubieran agotado las provisiones de paciencia. Se advertía hoy, en la pequeña pantalla de la televisión, cuando enfocaba la multitud que aclamaba al presidente electo de los EE UU, un exceso de avidez y de prisa, que contrastaba con la pausada calma que reflejan los gestos de Obama, consecuencia supongo de la paciencia infinita con que desde el comercio de esclavos hasta su exaltación de hoy a la mecedora más poderosa del mundo, que es la del despacho oval que está desalojando mister Bush, han tenido que ejercitar generaciones de tíos Tom, sus primos, sobrinos y demás familia. Creo que habría que pensar en darle tiempo. El establecimiento de la equidad y su respeto no deben, pienso, ser improvisados. La traracea, el repujado y la filigrana que requiere la nueva sociedad de que hace tanto ya hablaba Kennedy, son labores de gente de gran paciencia y habilidad sutil. Sotileza es disfraz dialectal de la sutileza, principio inspirador de la educación, indispensable para la convivencia mientras no se llega al respeto, en busca del amor. -

martes, 4 de noviembre de 2008

Un día histórico, eso es lo que podría ser hoy, si en efecto un americano negro llega a la presidencia de los Estados Unidos. Toda la América del Norte más profunda, inmediatamente por debajo de la delgada epidermis de la tolerancia recíproca, se estremece a esta hora, cinco atrás de la nuestra y quedan atrás siglos de una historia tan reciente como es la de los Estados Unidos, recomposición hecha aprisa y corriendo de las muchas variedades culturales de la vieja Europa que atravesaron el mar en busca del paraíso y construyeron uno de los grupos sociales más poderosos de la tierra, y precisamente por eso, uno también de los más débiles, porque nadie es más débil que el más poderoso, con tantas puertas abierta como habitualmente ha de mantener para ejercitar su poder. Tal vez los Estados Unidos sean un ejemplo de lo que podría llegar a ser la aldea global, o un ensayo, con esa inmensa olla en que unas veces se mezclan y otras se separan todas las religiones, las procedencias, las culturas y las razas posibles, formando barrios, pueblos, comarcas y un inmenso puzzle orgullos sin embargo de ser lo que es y por milagroso que parezca con una firme convicción de que el conjunto mantiene una prodigiosa identidad unitaria, posiblemente cuando se haga de noche aquí, proclamando trabajosamente, a través de un complicado proceso electoral, por primera vez, a un negro descendiente apenas separados por media docena de generaciones, si llegan, de la Africa reacia a integrarse en el tercermundismo emergente, empecinada en su cultura tribal, encorsetada por guerras, despotismos, ignorancia y pobreza, y sin embargo deslumbrante en su nueva casa americana, donde se abrieron camino en el deporte, la erudición y a grandes saltos, todo lo demás, hasta llegar tal vez, según todos los pronósticos, mañana al despacho oval de la esperanza kennedyana y tantas novelas, tantas películas y tantas mecedoras de rejilla y tal vez un globo terráqueo como el de Nero Wolfe, en las novelas de Rex Scout o el del Gran Dictador de Charles Chaplin. -

lunes, 3 de noviembre de 2008

Nadie –dijo Ulises, preguntado por Polifemo-, me llamo Nadie, como los lunes, que, dedicados a la luna, están hechos de luz de luna con polvo de luna flotando dentro, en cada rayo de luz, y parecen nadie, pero ya, ya, como Ulises, que se la dio con queso al tremendo Polifemo, y si os fijáis, hay en las viejas narraciones y en las leyendas viejas una tendencia evidente a dar la razón a los pequeños, cuando se enfrentan con los grandones: David con Goliat, Ulises con Polifemo, que siempre los más grandes llevaron la peor parte. Y es que la luz de la luna parece que no es luz, sino tiniebla encendida y por eso alumbra apenas los caminos de nadie hacia ninguna parte, como si anduviese, la luna, jugando a ser sombra no sé si de la tierra o del sol y de sus quiebros brotaran los lunes, ese día después del domingo en que para revivir tal parece que hubiéramos de recomponer el hábito rutinario de cada día laborable.

Bueno, pues eso; es lunes. Iniciamos, con la crisis baqueteándonos sin piedad, el descenso hacia la Navidad, con la bolsa escasa y las ganancias inciertas. ¡Vaya camino, el de este año, hacia la Pascua! Los Magos y Papá Noel y Santa Claus y San Nicolás, echando todos sus cuentas, rascándose los bolsillos, mirando por el fondo de las alcancías y las viejas arcas del desván, en busca de la última moneda, que los niños del mundo no tienen la culpa de hipotecas basura, burbujas inmobiliarias, euribores e índices bursátiles y están piafando a la vez los camellos y los renos, aunque sea lunes, porque noviembre es mes de castañas y hogueras, chimeneas y callos por la feria de santa Catalina, y matanza, sellar el granero, mirar si el oso anda buscando osera y porque ha empezado a nevar en lo alto, muy de noche, desde las brañas se oye cómo aúllan los lobos, supongo que para darse recíprocamente ánimos para pasar lo que viene de invierno, que este año dicen los más viejos del lugar que entre pitos y flautas va a ser duro de pelar.

domingo, 2 de noviembre de 2008

La tarde del domingo por la tarde
ya no es la tarde familiar, ya no salen los niños
cogidos de la mano,
vestidos de tarde de domingo, recorriendo las aceras, mirando
delante de sus padres, también ataviados
de tarde de domingo,
los escaparates de tarde de domingo
ni se van todos juntos
a merendar
al café de las tardes de domingo. Las tardes
de domingo
ya no son nada especial
y el padre y la madre,
que los dos trabajan para levantar la hipoteca
de vivienda, si es posible,
antes
de morir,
se pasan la tarde de domingo pensando su trabajo del lunes,
sin disfrutar como antes
de la tarde interminable del domingo, cuando podían ir al cine,
todos juntos, por un par de duros y la propina del acomodador,
aunque no fuese más que a un cine de barrio,
aunque fuese un cine de sesión continua,
a ver a los buenos persiguiendo,
ganando siempre la partida a los malos
porque
¿cómo iba a perder Gary Cooper una partida,
o Clark Gable
o Robert Taylor, pongo por buenos frecuentes
de cada tarde de domingo ya bien avanzada,
ya casi noche
de domingo.
Día de difuntos;
doña Inés del alma mía …
Doblan
las viejas
campanas
del lugar, haciendo largas pausas
para dar tiempo a don Juan
a engatusar a la novicia,
precisamente hoy,
día de difuntos,
que pasan, arrastrando sus larguísimas sombras
en el ocaso del tiempo
que tuvieron
para amar loca, apasionadamente,
como don Juan Tenorio,
y salvarse apenas
en la última fracción de segundo de la última hora,
suéltanos,
piedra fingida,
que aún queda el último grano,
la gota más pequeña,
sólo un suspiro,
un quejido,
en el reloj, la clepsidra,
de mi vida
Por esto se van las alondras y me entran ganas a mi de vestir, siquiera sea con la imaginación, a la zagala que pasa estremecida de frío, se le ve, y escasa, con esto de la crisis, de euros que llevarse a cubrir las carnes, con un abrigo de cachemir azul, de esos que no pesan y abrigan, que son como prolongación de la ternura con que uno de nosotros es capaz de pensar en sí mismo y disculparse de casi todo. La llevaría de buena gana a la zona de marcas de la cuarta planta del Corte Inglés y le diría a la encargada, sonriente, madura y simpática: ande, póngale un abrigo de cachemir azul, que pueda ajustarlo a la cintura, para seguir cimbreándose como un junco, o llevarlo airosamente suelto, si viene el calor de golpe, como suele a veces, ahora, en otoño, por san Martín, que ya sabes que dicen en nuestra tierra que a todo gocho, es decir, cerdo, con perdón, le llega su san Martín, dentro de unos días, que se matarán los cochinos en los patios de las casas y las casonas de la aldea de mis bisabuelos, los que se fueron a las américas para que yo ahora sea un medianamente ilustrado vejestorio lleno de ignorancias. Pero que ella no se entere de que se lo pagó alguien. Dígale que le ha tocado un premio, establecido por un indiano para la que pasara a esta hora por la calle, justo a la altura del portal por donde ella pasó, aterida, que yo la vi, pero poco pueda hacerse, en este mundo lleno de suspicacias y tácitas intolerancias, donde hasta leí hace pocos día, anteayer puede, que le quieren quitar a la Reina, en su versión más humana y personal, de mujer entrevistada, la posibilidad de decir que piensa lo que piensa, como si para estar al día y en orden, fuese no sólo obligatorio decir que se piensa lo que prefieren el interlocutor o el lector, y de no ser así, vale más callarse, o mentir con hipocresía otro modo distinto del que se prefiera. Mundo de mierda, si no puedes ser tú mismo, dentro de las normas del sentido común y el Derecho Natural, ni siquiera decir y pensar lo que prefieres, seas quien seas, mientras ajustes tu conducta de relación social a la norma general básica, única, en mi opinión, con que universalmente está conforme la humanidad, de que cada cual debe amar a su prójimo, con todas las consecuencias, como a sí mismo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Lo mejor, si amanece un día primero de noviembre como éste, de lluvia tenaz, con el perro revolcándose, nada más volver de su desahogo del alba, para secarse, en la alfombra nueva, a espaldas del ama de casa, enfrascada en lo que comeremos por ser día de Todos los Santos, que sólo Dios sabe si son muchos o pocos, tal vez todos o prácticamente todos los que hayan pagado el caro peaje de la muerte, que viene siempre escondida, a petición del clásico, tal vez lo mejor haya sido poner un álbum de canciones de Juliette Greco, que ¿quién cuando éramos jóvenes no estuvo enamorado de la inaccesible Juliette Greco, de su voz grave, de lo que nos contaba de l’amour y de un París entonces inalcanzable? De nuevo la escucha e imagino la rive gauche y Juliette rigurosa de negro y estilización, borde de misteriosos saberes que no conoceríamos nunca porque para cuando llegamos a París, ya no era París sino el recuerdo nostálgico de sus años treinta, su juventud soñada, un París utópico, en seguida invadido por nosotros, los turistas baratos de las visitas guiadas al Moulin Rouge porque allí había enterrado sus visiones oníricas Toulouse Lautrec, a quienes ni se nos hablaba más que en voz baja de los larguísimos cuellos de cisne de las modelos preferidas por Modigliani.