viernes, 21 de noviembre de 2008

Voy, vengo y como final queda este cansado dolor de huesos disconformes con que me mueva, que podría se consecuencia de mis idas y venidas, pero, además, lo es sin duda de otra vez el otoñal cambio de tiempo y la condición de pasado por agua de este año dos mil ocho, de la crisis financiera, cuando hubo empresas que dejaron de trabajar porque cerraron los bancos –dijeron- el chorro del dinero, y así no hay quien. Nos acostumbramos a poner el pie en el futuro por medio de créditos, pagaderos o no, que embargan nuestra conducta para que tengamos antes de habérnoslo ganado el objeto de deseo o el medio de crecer e incluso la ganancia misma, pagando por ello al banco, que hace sonriente su papel de Shylok. Ambas ciudades preparaban colgaduras de lucecitas para la Navidad inminente o las enredaban entre las ramas de los árboles. Me llamó la atención esa cola de todos los años. De compradores de lotería, que todos quieren comprar sus participaciones en la ilusión de jugar en la misma expendeduría y la convierten en la más premiada al haber sido la que vendió más, cuando llega el sorteo. También en este asunto, la pescadilla de la metáfora proverbial se muerde la cola: vende más billetes premiados porque es la que vende más billetes, lo cual provoca que por ser la más premiada vuelva a venderlos y cada año se formen las mismas interminables colas de compradores de ilusión de lo más variopinto y heterogéneo. Cada año, si vas, vienes, a Madrid, mira, cómprame un décimo, o un número o no sé cuántos números para la inacabable y desmultiplicada catarata de la reventa en la administración número tal, que es donde toca, y vuelves, vienes a las pequeñas capitales del entorno menos, las ciudades y demás desmenuzadores de la tamizada población nacional y contemplas el letrero que informa de que disponen de participaciones, recargadas o no para tal beneficencia, cual equipo de un deporte u otro, para los inescrutables fines de la tasca de la esquina, o, sin recargo, para prestigio del restaurante de los platos inmensos y las porciones microscópicas, pero participaciones detal administración de Madrid o de donde sea, que son las que vienen tocando. Pasé por delante del viejo rincón, milagrosamente conservado, con el mismo, o parece que el mismo, pero no puede ser aquel diván de peluche. Al lado ha dejado de estar la tasca en que jugaban al mejor mus de todos los tiempos los albañiles de la obra cercana, pero ésa ya no está. Hay un local que parece haber sido cafetería de barrio, cerrado y con esas firmas monstruosas que ahora sustituyen con su laberíntica rúbrica las ocurrencias de los grafitti de aquellas tentadoras rebeldías de cuando todos éramos de algún modo rebeldes contra algo que no sabíamos muy bien qué era y hoy adivino que era el fantasma de la vejez, que no era para tanto, con su delicado encanto y estas tardes de su ocaso, tan deliciosamente plagadas de recuerdos de todo cuanto pudo haber sido y así de otras mil vidas que probablemente vivimos a la vez y de que por haberlas imaginado ¿tendremos que rendir también cuenta?

2 comentarios:

A N A D O U N I dijo...

¿Sabe usté señor Bosquete que tiene un apartado en Annlea pa colgar copias de su blog?

Sólo las que quieras colgar, pero ya te puse el ojo, y me parece a mí que anda mirando hacia lo que escribes allí y encuentra más bien poca cosa.

Un abrazote.

A N A D O U N I dijo...

Y otra cosa, aún más notorio de que todo el mundo quiera décimos de Doña Manolita, o de la Bruixa D´or porque es donde toca, nos ha fastidiao, si no toca...

Más llamativo aún es que en estos tiempos de crisis la gente no mira la pela, y gasta más pq anda más necesitá.

Paradojas que dejarán solamente a un puñado contento.


Abrazos.