domingo, 2 de noviembre de 2008

La tarde del domingo por la tarde
ya no es la tarde familiar, ya no salen los niños
cogidos de la mano,
vestidos de tarde de domingo, recorriendo las aceras, mirando
delante de sus padres, también ataviados
de tarde de domingo,
los escaparates de tarde de domingo
ni se van todos juntos
a merendar
al café de las tardes de domingo. Las tardes
de domingo
ya no son nada especial
y el padre y la madre,
que los dos trabajan para levantar la hipoteca
de vivienda, si es posible,
antes
de morir,
se pasan la tarde de domingo pensando su trabajo del lunes,
sin disfrutar como antes
de la tarde interminable del domingo, cuando podían ir al cine,
todos juntos, por un par de duros y la propina del acomodador,
aunque no fuese más que a un cine de barrio,
aunque fuese un cine de sesión continua,
a ver a los buenos persiguiendo,
ganando siempre la partida a los malos
porque
¿cómo iba a perder Gary Cooper una partida,
o Clark Gable
o Robert Taylor, pongo por buenos frecuentes
de cada tarde de domingo ya bien avanzada,
ya casi noche
de domingo.

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