Sotileza, llamaba don José María Pereda a una de sus novelas en que recuerdo haber aprendido la palabra “espolique”, que hasta su lectura no conocía. Seguro que esto que llaman ahora pobreza de expresión se debe a que se lee menos y así es casi imposible disponer luego de tan bonitas palabras como son “plúteo” o “tinelo”, que enseña Azorín por ejemplo. Cuantas más palabras se tengan, más rica, divertida y brillante puede ser una conversación. Claro que ahora hay que pensar
en que queda menos tiempo para conversar. Ahora, si acaso, lo indispensable para transmitirse por sms con fugas de vocales o de consonantes para ahorran hasta en dactilografía. Parece como si se nos hubieran agotado las provisiones de paciencia. Se advertía hoy, en la pequeña pantalla de la televisión, cuando enfocaba la multitud que aclamaba al presidente electo de los EE UU, un exceso de avidez y de prisa, que contrastaba con la pausada calma que reflejan los gestos de Obama, consecuencia supongo de la paciencia infinita con que desde el comercio de esclavos hasta su exaltación de hoy a la mecedora más poderosa del mundo, que es la del despacho oval que está desalojando mister Bush, han tenido que ejercitar generaciones de tíos Tom, sus primos, sobrinos y demás familia. Creo que habría que pensar en darle tiempo. El establecimiento de la equidad y su respeto no deben, pienso, ser improvisados. La traracea, el repujado y la filigrana que requiere la nueva sociedad de que hace tanto ya hablaba Kennedy, son labores de gente de gran paciencia y habilidad sutil. Sotileza es disfraz dialectal de la sutileza, principio inspirador de la educación, indispensable para la convivencia mientras no se llega al respeto, en busca del amor. -
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