domingo, 16 de noviembre de 2008

Me mando callarme. Aprender a callar y a decir que no, puede que no sean dos asignaturas, pero son dos temas importantes de la misma o de dos asignaturas estrechamente relacionadas por el uso de la palabra dicha o de la palabra escrita. Cada vez que se ponen palabras, y más sin constituyen frases en el papel o en el aire, puede producirse un mundo de consecuencias. Y lo primero, opino, es ponerse las gafas de humor. Todo lo que se mira a su través tiene un sentido optimista, o por lo menos, si no optimista, pierde gran parte de la carga negativa con que el pesimismo nos agobia aprovechando que estamos cansados o predispuestos a dudar más de lo habitual. Imaginaos un estudiante acabado de suspender. Con el cansancio del último e infructuoso esfuerzo y preparando ya un plan de estudio para volver a enfrentarse con lecciones, temas, asuntos ya conocidos en parte. Volver sobre lo conocido, sobre todo cuando es perfectamente inteligible y lo único que falló fue el detalle, la memoria de una fecha, la barbaridad de cambiar a un artista de siglo o de estilo, puede matarte de aburrimiento. Y sin embargo has de permanecer en el empeño y es justo entonces, durante ese espacio, esa frontera, entre el cansancio reciente y el aburrimiento que viene, sin la energía ilusionada –en realidad una sobrecarga de nerviosa excitación, pero que es algo que ayuda- de la inminencia del próximo examen siquiera, es en ese preciso momento, cuando la hiedra del escepticismo te rodea, agobia, enceguece. Hoy no es el caso. No ha habido ningún examen reciente, ningún esfuerzo. Ni siquiera hay una sobrecarga de cansancio. Y sin embargo, el periódico viene tan sobrecargado de noticias desconcertantes, crueles, insólitas y ridículas, todo mezclado, totum revolutum que en seguida piensas que es mejor callar para salvar la alegría, la sonrisa y sobre todo el sentido del humor. ¿Será hablar demasiado uno de los males de esta época nuestra? Creo que no, que es peor y ocurre que hablemos antes de pensar lo que vamos a decir y en un guiño está hecho y ahora a ver quién es capaz de pegar los trozos de espejo y que devuelva un reflejo solo, como antes, de alguien sonriente. Yo mismo, ahora, es posible que ya haya escrito demasiado. Me asalta la duda de si borrar o no, pero me pasa como esta tarde, que les aseguro que es verdad, que mi nieta, tres añitos, afanada con unn trapo en la puerta de la nevera, tarareando, y voy y le pregunto si trabaja mientras canta o canta mientras trabaja, me mira, se queda pensando y muy despacio me dice: abuelito (pausa), es difícil de contestar. Y sigue, como si nada, a lo suyo, sin enterarse de mi asombro. Es difícil. Decido no borrar. Allá va la entrada. En realidad, lo que cuenta es que hoy es domingo, casi a un mes ya, de la Navidad

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