Nadie sabrá cómo fuimos.
Habrán muerto los que sabían,
cuando alguien nos recuerde, aureolados
por el error
de suponer que fuimos
siempre como en aquel momento de aquel día
en que hicimos algo
que no habíamos hecho, antes nunca
ni jamás volveríamos a hacer:
el primer beso,
la hurtada caricia engañosa, la palabra
adecuada para aquel dolor, un gesto
involuntario de confianza,
la sonrisa
que tanto conmovió a quien nos recuerda.
Nadie sabrá de nuestras más sórdidas conductas,
de que nosotros,
por paradoja inexplicable,
nunca fuimos capaces de olvidarnos.
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