martes, 11 de noviembre de 2008

Somos esto que somos, seres vivos, desde la desmemoria de la niñez hasta la inconsciencia del último instante. En medio, como un inesperado jardín deslumbrante, el hecho de vivir, con todas sus contingencias desmesuradas, incomprensibles, muchas dolorosas. Todo un auténtico misterio durante que, además de vivir nuestra vida, podremos imaginar otras y entrarnos por libros donde otros nos cuenten sus recuerdos y fantasías. Somos tal vez innumerables personas en una sola, o quizá una sola visible desde innumerables perspectivas, con un futuro digan lo que digan imprevisible. Asusta la suficiencia de quienes, que los hay, consideran que lo sabemos todo sobre todo, cuando es lo cierto que no sabemos casi nada sobre nada, después de haber aprendido tanto de tantas cosas. Nacemos y morimos muchas veces, cada vez que nace y muere un semejante, muchos, amigos con que compartimos vida y misterio, al fin y al cabo lo mismo. Puede que darle vueltas a todo esto en la cabeza no sea más que una pérdida del valioso tiempo que se nos ha concedido para que aprendamos que no es posible saber mucho más de lo que hemos llegado a saber respecto de lo que vale la pena, o puede que no. ¿Quién sabe? Una y otra vez, regreso a la cita de Chesterton, que como final de la historia del hombre que lo sabía todo, muerto entre las líneas de trincheras de dos ejércitos enemigos entre sí, comenta que fue entonces cuando el hombre que todo lo sabía, supo lo que vale la pena saber.

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