En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Hay que ver la que nos ha caído, a un mes de la Nochebuena, sin árbol, que menos mal que ahora se ponen de mentira, árboles apócrifos, de plexiglás, para que no protesten los ecologista. Ha llegado de improviso el viento del norte, granizo va, granizo viene, resoplidos del gran oso, apostado del lado de allá del horizonte. Me repiqueteaba la nevisca esta mañana, con el periódico recién comprado y las noticias sin leer, que lo peor que no hizo más que empatar el Barça de mis preferencias, pero nos consuela que hayan ganado los de la segunda ola la copa Davis, a los argentinos que se las prometían tan felices, pero es que no hay cosa peor que pisarle el orgullo al enemigo. Se encrespa. Pasa con casi todos los animales, por mansos que sean, que si los acorralas y apuras se convierten en fieras. De cualquier modo que sea, lo que no afloja es lo de la crisis. No sabían los políticos, medir la hondura, y pienso que no saben aún. Les faltan humildad y perspicacia para tomarle el pulso al miedo de quienes tienen el dinero y temen que vengan otros y les arrebaten parte del botín. Es en mi opinión sencillo recorrer el juego de la Oca: la libertad se desliza hacia el libertinaje de una posible oclocracia y los que tienen, cierran las puertas de sus castillos roqueros, alzan los puentes levadizos y se preparan a pasar el invierno, atisbando muy de cuando en cuando a ver si mejora el tiempo el humor de los sitiadores o si se los come, como allá en el medievo, cualquier epidemia. De vez en cuando, se sube al adarve un paje y suelta palomas. Hasta que no vuelvan todas y dejen de abatirlas los ballesteros de abajo, no se abrirá el portón, ni arriesgarán los señores de la fortaleza. Me diréis con razón que hoy un castillo se derriba con un misil nuclear, pero no quedaría más que un montón de piedras y cadáveres humeantes porque el dinero en realidad no existe ya, no es más que palabras de ciertos poderosos, cifras encriptadas en papeles biodegradables, humo, y ya no puede arrebatarse como cuando los buscadores de tesoros atrapaban el mapa de la isla secreta, marcado con un aspa dibujada con sangre de pirata. Es muy complicado, ahora, engatusar al millonario para que se decida a salir en busca de más millones.
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