En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 2 de noviembre de 2008
Por esto se van las alondras y me entran ganas a mi de vestir, siquiera sea con la imaginación, a la zagala que pasa estremecida de frío, se le ve, y escasa, con esto de la crisis, de euros que llevarse a cubrir las carnes, con un abrigo de cachemir azul, de esos que no pesan y abrigan, que son como prolongación de la ternura con que uno de nosotros es capaz de pensar en sí mismo y disculparse de casi todo. La llevaría de buena gana a la zona de marcas de la cuarta planta del Corte Inglés y le diría a la encargada, sonriente, madura y simpática: ande, póngale un abrigo de cachemir azul, que pueda ajustarlo a la cintura, para seguir cimbreándose como un junco, o llevarlo airosamente suelto, si viene el calor de golpe, como suele a veces, ahora, en otoño, por san Martín, que ya sabes que dicen en nuestra tierra que a todo gocho, es decir, cerdo, con perdón, le llega su san Martín, dentro de unos días, que se matarán los cochinos en los patios de las casas y las casonas de la aldea de mis bisabuelos, los que se fueron a las américas para que yo ahora sea un medianamente ilustrado vejestorio lleno de ignorancias. Pero que ella no se entere de que se lo pagó alguien. Dígale que le ha tocado un premio, establecido por un indiano para la que pasara a esta hora por la calle, justo a la altura del portal por donde ella pasó, aterida, que yo la vi, pero poco pueda hacerse, en este mundo lleno de suspicacias y tácitas intolerancias, donde hasta leí hace pocos día, anteayer puede, que le quieren quitar a la Reina, en su versión más humana y personal, de mujer entrevistada, la posibilidad de decir que piensa lo que piensa, como si para estar al día y en orden, fuese no sólo obligatorio decir que se piensa lo que prefieren el interlocutor o el lector, y de no ser así, vale más callarse, o mentir con hipocresía otro modo distinto del que se prefiera. Mundo de mierda, si no puedes ser tú mismo, dentro de las normas del sentido común y el Derecho Natural, ni siquiera decir y pensar lo que prefieres, seas quien seas, mientras ajustes tu conducta de relación social a la norma general básica, única, en mi opinión, con que universalmente está conforme la humanidad, de que cada cual debe amar a su prójimo, con todas las consecuencias, como a sí mismo.
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