Junio se acaba hoy. No habrá más junios del año 2012. Hoy,
día 30, se acaba el único de la historia. Habrá habido treintas de junio, pero
sólo éste está siendo y dentro de nada habrá sido único e irrecuperable.
Mañana, Dios mediante, domingo y 1 de julio, si, Dios
mediante, amanece, se cerrará el año, habrá quien empiece jubilosas vacaciones
y es probable que estén abiertos la mayoría de los lirios de colores que
jalonan el verano. Como cae domingo, la mayor parte de los que disfruten
vacaciones, se habrán ido el viernes en cuanto dejaron de mano el curro. A
penas sin comer o con el bocado en la boca o ya picaremos algo por el camino,
que lo urgente es salir del camino circular de la rutina y huir a Fantasía. Con
las prisas, se habrán dejado algún grifo abierto, la alarma sin poder, comida
pudridera en el frigorífico, pero nada de eso importa, en el umbral de unas
vacaciones, casi el equivalente de si víspera dorada, cuando todo parece
posible, que luego ya veremos-
Esta tarde empieza la Vuelta a Francia, mañana acabará el
campeonato de fútbol de Europa. Puro verano en flor.
Menos para la economía, que no acaban los profesionales del
ramo de la gobernación de darse cuenta de que no vale de nada la amalgama
dineraria si no va seguida con urgencia de la asociación política bajo
dirección, mando y organización únicos. O nos hacemos Estados Unidos de Europa
o el euro y la economía unitaria, antes o después, se irán, más bien antes que
después y nunca a demasiado plazo vista, al traste.
Allá vamos, Laila y yo, a comprar pan y prensa. ¿Quién
compra todos esos periódicos y el ingente montón de revistas que desbordan por
los cuatro costados del quiosco? ¿Se venden? ¿Se siguen usando para envolver
pescado? Observo que aún quedan periódicos que no se enteraron de que la
mayoría de la gente carece de tiempo o de paciencia para leer y lo que prefiere
son letras gordas o medianas de las que permiten enterarse de mucho
superficialmente y sólo de pocas cosas hasta el meollo del criterio del
escribidor de turno. Tuve un maestro que ya en la Facultad me advirtió: tú,
cuando veas un escrito muy largo, desconfía. La verdad y lo que está claro,
suelen poder decirse con pocas palabras.
Yo, sin embargo, me enredo entre las palabras. Ir al
diccionario y recorrerlo al azar es como dar un paseo por un hermoso bosque
donde puedes encontrar inesperados ejemplares de seres vivos que vuelas,
corretean o se arrastran; flores que ni siquiera habías sospechado que
existieran, árboles majestuosos o sorprendentemente humildes, yedras enamoradas
o colgaduras de muérdago a la espera de su druida de la hoz de oro. Con
palabras, puedes construir, a tu antojo, un mundo, un amor o una tragedia.