domingo, 17 de junio de 2012


Lo correcto sería lo de aquella prudente ciudadana que aconsejaba a su hombre apoyar, pero “sin significarte”. Curiosa locución. Consejo acertado. Tira la piedra, a dar, desde luego, y, en seguida, esconde la mano. Nos viene de casi tan antiguo como el afán de convertir los pedruscos en oro, el de ser invisibles, para poder hacer impunemente lo que la abuelina y sus coetáneas llamaban “falcatrúas”.

-¿Qué es una falcatrúa, abuela?
-Una travesura gorda, más que falta, pero sin llegar a delito o casi.

No se da cuenta lo que los sargentos chusqueros de mi época llamaban el personal de que si aprendiésemos a trasmutar el oro, alguien filtraría la fórmula y el oro, en aquel preciso momento, quedaría a su vez mutado a pedrusco y si dispusiéramos de capas de invisibilidad, como Harry Potter, se inventarían modos de detectar la presencia de nuestros residuos casi fantasmales.

No hay remedio para que sea necesario, si queremos realmente vivir y sobrevivir como individuos y como especie al fin y al cabo, que aprender a convivir y mojarnos a la vista del público.

Hay que estar, pero, además, hay que ser. Sin avergonzarse, cuando parezca oportuno, de dejar de parecernos a nosotros mismos y empezar en cualquier momento a obrar de acuerdo con las correcciones, evoluciones y la progresión de nuestros criterios, mudables a la luz de los recuerdos y a la del futuro que vallegabdo.

Hay un hilo sutil, decía J. B. Priestley, que nos conserva en ser lo que fuimos, lo que estamos siendo y lo que vendrá, pero como ni somos de materia inerte ni de una pieza, esa manera de ser que nos caracteriza no depende de nosotros sólo, sino de todo lo demás que forma parte con nosotros de lo que somos en conjunto.

Domingo. Alguien ha escrito y le agradezco una excelente novela policíaca en que me he enfrascado este fin de semana. Se trata de un autor que yo sepa novel. Se llama  Aro Sáinz de la Maza y acaba de publicar en la Serie Negra de RBA la que creo es su primera novela negra: El asesino de La Pedrera.

Domingo. La Europa soñada, mira hacia Grecia. No tendría nada de particular, que, amedrentados de crisis, nos volviésemos hacia el alambique de la civilización occidental, pero no se trata de eso. Ahora está en entredicho la posibilidad misma de aceptar que la futura Europa que soñábamos los soñadores, tiene que ser diversa y llena de contrastes. Y que ricos y pobres, pensadores y superficiales, honestos y deshonestos, trabajadores y vagos hemos de aceptar al unísono que tenemos que imbricarnos en la idea común que nos aglutina por encima y por debajo de todos esos sofisticados, remilgados esclavos de las palabras retorcidas y los conceptos equivocados que pretenden convertir la diversidad en diferenciación, cuando lo que es, es tan evidentemente complementariedad indispensable.

Asignatura pendiente, o, como se dice ahora, créditos que nos faltan: entender la paradoja de que tenemos que aceptar que nuestra diversidad nos hace equivalentes y proporciona el equilibrio del conjunto en que consistimos.

Estoy convencido de que le día que lo entendamos, habremos dado un paso importante hacia el exterior del túnel.

Domingo. Día de descanso, Paran hasta la huelgas y las algaradas. Jornada esencial para ponerse a pensar en positivo, en esperanzador, en la vida que viene a raudales, de la mano del tropel de niños que juega en el parque a la luz deslumbrante de este domingo de primavera madura. 

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