Curioso empeño, el de los sedicentes representantes del
pueblo soberano –crecen las dudas al respecto de esa representación, en gran
parte real, en no menor, imaginaria- por buscar al inexistente hombre perfecto
y ponerlo como sinrazón de cargarse a tantos hombres útiles como irán cayendo
en la caza de brujas de las posibles irregularidades menores, tan poco
relevantes para invalidar una función correctamente desempeñada.
No busque nadie pies de más ni de menos al gato. No quiero referirme
a nada ni a nadie en concreto.
Se expulsa, desautoriza, acosa, arrastra y derriba,
prescindiendo para hacerlo del sabio consejo de que nos abstengamos de tirar la
primera piedra quienes no estemos exentos de culpa. ¿Hay alguien que lo esté?
La historia cuenta que eran los cristianos nuevos quienes
con mayor fervor, empeño y hasta crueldad perseguían a herejes, réprobos y
demás sospechoso de ser mal cristiano viejo o insuficientemente cristiano, caso
de ser nuevo o serlo apócrifo. A veces, quienes más se ensañan con el más
mínimo error de otro, tratan. siquiera sea subconscientemente, difuminar sus
propias negligencias.
Es humano errar, lo es equivocarse, lo es incluso cometer
faltas y hasta delitos. Y nada de lo humano nos es ajeno. Una delgadísima,
tenue capa del barniz de la civilización nos separa, mientras las
circunstancias o el descuido no nos arañen, o la desgracia, o el mal momento o
el mal día.
Nada peor que los linchamientos de que cuentan y no acaban
los celuloides rancios de un Oeste sin duda en gran parte imaginario.
Presumíamos de gente civilizada y de que nadie quede desprotegido del orbayo de
la buena fe y la presunción de inocencia, pero casi cada día, en letra impresa,
se producen linchamientos mediáticos, no por aparentemente incruentos menos
eficaces.
Creo con sinceridad que deberíamos repasarnos cada día,
hacer examen de conciencia cada noche y recordar que los hombres perfectos,
íntegramente buenos según el buen sentido de la palabra, no existen más que en
un mundo imaginario. Estos que somos, nosotros, la gente, somos poliédricos,
giramos sin cesar, mudamos muchas veces a lo largo del día, según soplen los
vientos, y, cuando más, tenemos una extraordinaria dosis de buena voluntad,
pero siempre, además, la parte oscura que debería impregnar de caridad nuestra
consideración y el juicio crítico, que tan a la ligera hacemos a veces, de los
que vienen con nosotros en cada generación que coincide en el tiempo y el
espacio de convivencia humana, esforzándose, ellos también, hay que creer que
tanto como nosotros, en sobrevivir con la mayor dignidad posible.
Se me ocurre en este preciso momento recordar que no hay
revolución ni cambio cuando quien o quienes predican una, lo que pretenden es
dejar las cosas como están, pero subvertir el orden social. Es decir, sustituir
ellos en sus injustos privilegios a quienes disfrutan de injustos privilegios.
La revolución y el cambio, lo que mudan es el orden social, procurando
reconvertirlo a mayor justicia, según la cultura de cada época. Lo que persiguen es corregír o los privilegios o su injusticia.
Por lo menos, es mi opinión de esta mañana de sombrío
sábado, con Europa y España y Asturias tan convulsas, inquietas, crispadas y
tanto furtivo pescador de río revuelto atento..
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